(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Fernando de Trazegnies

Hace algunos días, ya no pude soportar más el ambiente político (en el mal sentido de la palabra) en el que vivimos. Escuchar y leer a diario las desaforadas reacciones de uno y otro grupo político, resulta realmente abrumador y triste. El ambiente se encuentra envenenado por una guerra de palabras vacías, de acusaciones y de promesas. A todo ello, además, se agregan hechos que van apareciendo sobre los “arreglos” económicos con ciertos grupos extranjeros para realizar “grandes negocios”.

Este ambiente turbio, desbaratado, plagado de insultos y de desprecios de los diferentes grupos políticos, en el que unos buscan taparse como pueden y otros pretenden ganarse un premio político al crear un sistema desbocado. Donde cada día hay más personajes que se disuelven por el ataque de otros que, a su vez, buscan empinarse y gritar fuerte para volverse más llamativos.

No. Ya el ambiente turbio de Lima era insoportable. Por eso, fue necesario buscar refugio en otra parte donde no hubiera luchas millonarias, ni gritos de guerra política, ni pataletas por un pretendido bien del país que cada vez se ve más lejano.

Es así que decidí aceptar una maravillosa invitación –la que agradezco vivamente– para llevar a mi familia a visitar la selva peruana con la ayuda de un servicio realmente extraordinario de barcos de turismo. No es la primera vez que he estado en la selva, pero debo reconocer que nunca la había visitado con tal minuciosidad ni había recorrido los ríos en todas sus direcciones. Me embarqué en Nauta, donde el río Marañón –que viene del norte– se une al Ucayali –que proviene del sur–. Esta confluencia da lugar al nacimiento del río Amazonas que, debido a la inmensidad del área acuática, da la impresión de que fuera una parte del mar. Esta extensión enorme de agua es surcada por las embarcaciones turísticas y también por las canoas a motor en las que las familias cruzan de un lado a otro para ir de compras y vender productos. El sentido familiar de los grupos humanos que viven en estas zonas se advierte en esas canoas que son transportadas por la madre de familia con las provisiones que lleva a su choza. Pero también las manejan niños, siempre vigilados por sus padres, a quienes se les encarga la navegación de la canoa para que puedan aprender a vivir en el medio ambiente.

Una vez en el estupendo barco turístico nos acomodamos en magníficos dormitorios y, acto seguido, los miembros de la tripulación –extraordinariamente bien formada– se presentaron y explicaron cómo es la vida en el barco. Nosotros encontramos dos simpáticas parejas estadounidenses, con lo que la embarcación quedó completa y lista para llevarnos a pasear por ríos y canales.

La vegetación es apabullante. Al entrar por las vías laterales de agua nos encontramos en una suerte de canal vegetal donde la belleza de árboles y plantas crea un camino acuático hermoso y arrogante. A veces se ven pequeños monos en la parte superior de los árboles, saltando de rama en rama con una agilidad desconcertante. Y también delfines rosados, que acompañan cautamente.

El viaje no solamente nos permitió conocer y admirar la cantidad inmensa de plantas y de seres vivientes de todo tipo, sino que también nos dio la oportunidad de visitar comunidades indígenas. Las había unas pobres y otras –pocas– bastante desarrolladas. Frente a la riqueza de ese mundo fantástico que nos rodea, nos daba pena ver el abandono de las viviendas: construcciones de madera que parecían juguetes de niños, pues muchas de ellas se encontraban a medio armar porque posiblemente no había quedado dinero para las paredes y los techos. Y, ciertamente, al visitante se le encoge el alma al ver tanta pobreza salpicada sobre tanta belleza natural.

Visitamos una comunidad realmente ejemplar, con casas bien construidas, un colegio con grandes salas de clase y una conciencia muy clara de que están viviendo así gracias a un favor de la naturaleza. En uno de los avisos clavados en la tierra se podía leer lo necesario de conservar el mundo limpio y respetuoso de la naturaleza, pues de esta depende la vida. También encontramos una vocación extraordinaria y una capacidad notable de los habitantes de estas zonas selváticas para fabricar muñecos de todos los tipos y con notable sentido estético. Ciertamente, la mayor parte de las figuras eran reproducción de animales; tanto tejidos como tallados en madera. En una de estas visitas, nos presentaron a la chamán de la zona, que atendía a 90 comunidades y que es considerada como médico local, que recibía a los pacientes dentro de un pequeño consultorio hecho con ramas. Fue notable ver, por ejemplo, cómo una de las personas que venía con nosotros y que tenía desde hace meses un dolor fuerte en el cuello fue frotada con un aceite de hierbas por la médico. Al día siguiente, el dolor prácticamente había desaparecido.

Me siento muy contento de haber huido por unos días del pandemonio político en el que vivimos. Y cumplo con felicitar y agradecer a quienes me hicieron conocer cómo, fomentando el buen turismo, es posible sentirnos más peruanos.