Diana Seminario

Una noticia que ha pasado desapercibida para la mayoría de medios es el ataque a un colegio en la comunidad rural de Santa Fe en Loreto. Jorge Tamani Silva, de 19 años, incendió el centro educativo donde cursa el cuarto año de secundaria y dejó mensajes alusivos a como “Abimael Guzmán Reynoso. El comando nunca muere”.

El atentado se produjo el pasado 30 de agosto y, según confesión de Tamani Silva, él no actuó solo, sino con otras seis personas que lo habrían captado para cometer este acto. Agregó que estas mismas personas habrían infundido terror en otros jóvenes de la zona.

Uno lee este tipo de informaciones y pareciera que hemos retrocedido 40 años o, lo que es peor, la indiferencia, inacción y ausencia de sensibilidad ante estos hechos nos lleva a pensar que los peruanos, o padecemos una terrible amnesia, o que quienes perdieron la guerra ahora están ganando la batalla.

¿Cómo llegamos al punto de relativizar un atentado terrorista? Independiente de sus circunstancias, incendiar un colegio y dejar mensajes alusivos a Sendero Luminoso y su máximo cabecilla no es un hecho aislado.

El asesinato de cuatro valerosos miembros del Ejército en la localidad de Putis (Huanta-Ayacucho) no genera ningún efecto social ni político. Las autoridades ni siquiera se toman el trabajo de ir al aeropuerto a recibir sus cuerpos y rendirles honores.

“No terruquees” es la palabra favorita de quienes pretenden callar a quienes llamamos a las cosas por su nombre: .

Años de callar, de dejar que quienes perdieron la guerra instalen un falso relato en nuestros jóvenes, colocando a las Fuerzas Armadas y policiales en el mismo nivel de criminalidad que los terroristas, nos han dejado en este punto donde parece mala palabra llamar terroristas a los que asaltaron nuestra patria.

En 1980, y precisamente en Putis –donde acaban de matar a cuatro soldados–, Sendero Luminoso le declaró la guerra al Perú y el Estado tuvo que defenderse. No se puede negar que en ese accionar algunos cometieron abusos contra la población civil, pero eso no es excusa para colocar a las Fuerzas Armadas y policiales al mismo nivel de los criminales a los que combatieron en el campo de batalla.

Esa falta de conciencia de lo que los peruanos sufrimos nos ha llevado a tener a un presidente como Pedro Castillo, que no dudó en colocar a un personaje como Iber Maraví como ministro, a sabiendas de ser un investigado por cometer actos terroristas.

En un país que no olvida, sería impensable que un admirador de la cabecilla de Sendero Luminoso Edith Lagos haya sido primer ministro, como fue el caso de Guido Bellido.

Fue Perú Libre –el partido que encumbró a Pedro Castillo– el que colocó en el Congreso a personajes como María Agüero, que se pregunta qué hizo Víctor Polay para que lo llamemos terrorista. Y también el responsable de que un procesado por terrorismo como Guillermo Bermejo use la democracia como vehículo para imponer sus ideas totalitarias.

Es cierto que tenemos hasta dos generaciones que desconocen aquello que nosotros padecimos, pero no es menos cierto que quienes tienen edad suficiente para haber crecido durante los años de terror intentan justificar el horror de los crímenes de Sendero y el .

Por eso, no tengamos miedo de reflexionar, abordemos el pasado sin complejos, contemos la historia sin sesgos y levantemos la alfombra para conocer el dolor y las vidas truncadas que nos dejó la barbarie de Sendero Luminoso y el MRTA.




*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Diana Seminario es periodista