Carmen McEvoy

En un TikTok que circuló hace algunos días por las redes sociales, un reportero se propuso comparar el conocimiento que un grupo de estudiantes de secundaria, escogidos al azar, poseen sobre el mundo reguetonero y el de la historia del . Es así como una de las preguntas apuntaba a que el entrevistado compartiera las cinco canciones que más recordaba de un músico sumamente popular y, a reglón seguido, brindara algunos alcances básicos sobre la historia prehispánica y republicana. Como era de esperar, la primera pregunta obtuvo una respuesta rápida y acertada. En la segunda, sobre los cuatro suyos del imperio incaico, Atahualpa, su último inca, fue señalado como una de dichas divisiones geográficas. En el año del bicentenario de la fundación de la República me impresionó mucho que una de las entrevistadas desconociera a los próceres de la independencia, pero aún más que un expresidiario, que ahora pretende ser primer magistrado de la nación, asegurase, casi en simultáneo, que él posee los genes de Manco Cápac y Mama Ocllo (sic). Lo que me lleva a la siguiente reflexión.

En una etapa tan difícil como la que estamos atravesando, en la cual la tenue línea entre la verdad y la mentira se disuelve aceleradamente, es preocupante constatar, con estos y otros ejemplos, el olvido colectivo que como una niebla espesa nos envuelve. Cabe recordar que esta suerte de lobotomización masiva, que engulle pedazos enteros del pasado con la finalidad de instalarnos en un presente efímero, viene ocurriendo alrededor del planeta y exhibe múltiples causas.

En su libro “Not for profit: Why democracy needs the Humanities”, la filósofa Martha Nussbaum llama la atención sobre el paulatino abandono de una experiencia intelectual que, por siglos, se sirvió de las humanidades para desarrollar aquellas habilidades que una sociabilidad democrática requiere. El alejamiento de las humanidades está asociado a la exclusión del pensamiento crítico y de la memoria muchas veces traumática. Ello tiene que ver, dice este libro, con la crisis de valores que en el Perú se extiende como una gangrena por todo el cuerpo social. Para ello no hay más que recordar otro hecho reciente. Acá me refiero a esa conversación del presidente de Essalud, Gino Dávila, en un gimnasio. “Está yendo este bandido [...] Al toque”, se oye en los audios difundidos por “Panorama” en los que habría ordenado la contratación de un funcionario en Tumbes. Al preguntarle sobre el peculiar uso de la palabra “bandido”, Dávila simplemente sonríe a la cámara mientras ensaya una de esas respuestas cínicas a las que nos tiene acostumbrados este inepto y a todas luces corrupto régimen.

En una reciente columna en “The Economist” el periodista Michael Reid aludió a la “inestabilidad estable” que, de la mano de un presidente incompetente y un Congreso desacreditado, tanto daño le causa al Perú. Faltó añadir que ambos poderes viven en una permanente y velada componenda con la finalidad de asaltar, como ha venido ocurriendo por décadas, al Estado Peruano. Mientras leía a Reid recordé esa conversación que, probablemente por razones publicitarias, ya que parece no haberle dejado huella alguna, sostuvo el presidente Castillo con el expresidente uruguayo José Mujica. Para Mujica, que ha declarado su republicanismo en público, no hay que meterse en la política si el objetivo es ganar dinero. Porque en cualquier proyecto político lo que debe primar es el sentido de un honor, que no tiene precio, debido al privilegio que significa ser elegido para servir. Partiendo de la idea de una “civilización humana” cuyo objetivo es darle un rumbo a la existencia, el exmandatario uruguayo sigue apostando, al igual que Nussbaum, por un proyecto cuyo horizonte es una democracia sustentada en el bienestar general. Para ello, recuerda Mujica, hay que dejar de lado esa idea del presidente-rey, rodeado de una nube de autos, guardaespaldas y adulones. De lo que se trata, como lo planteó hace 200 años Faustino Sánchez Carrión, es de “descolonizar las costumbres”, entre ellas el servilismo y la . Propuesta que espero sea retomada para sacar al Perú de la crisis estructural que lo atormenta.

Carmen McEvoy es historiadora