“Cómo es posible que en Miguel Dasso, la mejor calle de San Isidro, voten por Castillo, acepten que Sagasti venga acá y lo reciben como un rey, a uno que le ha hecho daño al país, porque gracias a él, estamos como estamos... Y lo ponen en Facebook como si fuera la hazaña más grande del planeta… No se trata de libertad de expresión, son terroristas, Sagasti ayudó a que tomen la embajada del Japón y permitió que ganen con fraude… Así que dile al dueño que más vale que no me lo encuentre acá al frente tomando café en el Pan de la Chola sino que se vaya a Chota con Castillo o que se vaya a la cárcel… conchuuudo. Es más, voy a hacer propaganda para que nadie más le compre a esta librería… Nadie. Ya todo San Isidro sabe que a esta librería no se entra. Yo estoy defendiendo a mi país”.
El discurso corresponde a un video colgado en redes sociales en las que una señora sanisidrina visita la librería Book Vivant y se suelta esta parrafada mientras ella misma se graba. El hecho debería pasar simplemente como una anécdota bochornosa símbolo de la estupidez que se ha apoderado de ciertos peruanos; sin embargo, es interesante analizar cuántos efectos poselectorales caben en una pataleta tan vergonzante.
El más evidente: ya nadie se esmera en disimular su racismo y clasismo. Si antes había cierto pudor en declararse superior por vivir en ‘Sani’ en lugar de Chota, hoy no solo se grita a los cuatro vientos sino se graba la escena para colgarla en redes y esperar los ‘likes’ de otros idiotas que aplaudirán como focas. Es la misma mentalidad, solo que en versión ‘naysi fresi’, de las cabezas rapadas neonazis o los que se tatúan esvásticas. Se pavonean orgullosos portando las insignias de sus miserias.
El más alucinógeno: hay tal fanatismo y manipulación de la información que la señora resulta siendo la niña símbolo del pensamiento totalitario de una derecha más bruta que nunca y patéticamente achorada. El expresidente Sagasti fue rehén del MRTA. Su vida corrió peligro, como la de todos los que estuvieron encerrados en esa embajada. Tener un autógrafo de unos de sus captores nos puede parecer estúpido, pésimo, pero de ahí a concluir que él ayudo a los terroristas a tomar la embajada hay un abismo que raya en la locura.
La famosa teoría del fraude, sobre el que nunca existieron pruebas y que ningún organismo serio avaló, ha quedado incrustada en el cerebro de millones de peruanos que están dispuestos a reescribir la historia sobre la base de sus prejuicios, aunque los hechos les demuestren una y otra vez lo contrario.
El más indignante: la señora hater Book Vivant tiene el derecho de ser malcriada y antipatiquísima. No es delito ser una cacasena. Pero ya es hora de que vayamos entendiendo que las personas tenemos derecho a ir por el mundo pensando distinto. Que esa cultura de la cancelación que pretende boicotear negocios, difamar personas, invadir privacidades en aras de no sé qué ridícula defensa del país es inaceptable además de profundamente peligrosa. Quién sabe a qué fanático pueda estar alentando esta señora, que el día de mañana no se aparece en la librería con un celular sino con un arma.
¿Podemos detenernos a pensar en qué nos estamos convirtiendo? ¿Qué clase de ejemplos estamos perennizando? ¿Qué sigue, escupir a la gente y apedrear sus negocios para luego ponerlo en nuestro Facebook como foto de portada? Revisen la historia. Está plagada de imágenes y fotografías de hombres y mujeres posando orgullosos al lado de actos que después se descubrieron abominables.
Y la advertencia va para ambos extremos del espectro ideológico: escenas como esta son el contrapunto perfecto a las matonerías de Cerrón y allegados. Agotador.
Contenido sugerido
Contenido GEC