Javier Díaz-Albertini

Estaba revisando para mis clases cuántos peruanos creían en en comparación con otras y, para ello, examiné la Encuesta Mundial de Valores (WVS, 2018) y una reciente de Ipsos (mayo 2023). En ambas, nuestro país es uno de los más creyentes, al alcanzar el 97,8% en WVS y el 84% en Ipsos (en esta última, el 13% prefirió no responder o no estaba seguro).

Inmediatamente me surgió la siguiente interrogante: si casi todos los peruanos creen en Dios (el cristiano, además), ¿por qué esto no se refleja en un comportamiento moral con más apego a las normas? Como hemos señalado en columnas pasadas, somos un país con niveles bajos de cumplimiento de reglas. Igualmente, es notable la falta de solidaridad o empatía, a pesar de que ambos son valores centrales de la moral cristiana.

Una de las ideas fuerza de las teorías clásicas de la modernización es que las sociedades cada vez serían más laicas y seculares. Al racionalizarse el mundo, al decir de Max Weber, se iba perdiendo el “encantamiento” que provenía de explicaciones irracionales, como la superstición y la magia, y las especulativas como la . La razón dominaría las principales facetas de la sociedad, incluyendo la moral. Y los efectos son evidentes en la actualidad. Les preguntamos a noruegos, franceses o suecos si creen en Dios y solo entre un 35% y un 40% dicen que sí. Asimismo, la mayoría afirma que la religión es poco o nada importante en sus vidas.

El ideal-típico modernizador expuesto por los pensadores europeos es etnocéntrico. Podemos acordar que el racionalismo y la subjetivación sean comunes a todos los procesos de modernidad, pero cuestiones como el nivel de creencias religiosas no entran necesariamente a tallar. En otras palabras, existen diversas “modernidades”. En el caso de América Latina, por ejemplo, hay procesos innegables de modernización acompañados por altos niveles de creencia en Dios.

Pero volvamos a la preocupación planteada inicialmente. Casi todos los peruanos consideran que Dios es importante en sus vidas. En una escala en la que 1 es “nada importante” y 10 es “muy importante”, el promedio nacional es de 9,11, lo que implica un nivel altísimo. Agregamos a esto el hecho de que un 44,6% dijo que la religión era muy importante en su vida y el 34,1% afirmó que era bastante importante.

¿Por qué no se traduce esta fe en comportamientos morales muchos de ellos compartidos con la vertiente laica? Pensemos en cuestiones como el respeto a la vida y salud, la honestidad, la justicia, entre otros. El divorcio entre la fe y el comportamiento cívico también se aprecia en la encuesta de Ipsos: solo el 43% de los entrevistados estaba de acuerdo con la frase “personas con fe religiosa son mejores ciudadanos”.

Mi primera hipótesis es que se ha debilitado la comunidad de creyentes y, con ella, se está perdiendo un importante espacio de práctica de la moral cotidiana. Creen en Dios y la religión, pero lo hacen al margen de organizaciones. En WVS, se preguntó si eran miembros activos, no activos o si no pertenecían a iglesias, organizaciones religiosas o comunidades cristianas. Pues el 57,5% afirmó que no pertenecía, el 24,2% era no activo y solo el 17,7% era miembro activo.

Una segunda hipótesis es que la fe y la importancia de la religión ofrecen una sensación de protección en un mundo tan incierto. Acá podría entra a tallar –para muchos– lo mágico-religioso. La persignación antes de entrar al mar o al celebrar un gol, tener a Dios como copiloto, pedir ser guiado por santos o los milagros concedidos por una santa imagen son formas de paliar la sensación de poco control sobre el destino. En este sentido, puede ser que la creencia no esté tan orientada a un código moral, sino a la supuesta protección que ofrece la fe.

En resumen, a pesar de que en nuestra sociedad se mantiene un altísimo nivel de fe religiosa, esta se encuentra asociada a un mayor individualismo. En este proceso han ido debilitándose las comunidades de práctica de una moral cristiana. Esta práctica tiende a limitarse a grupos cercanos como la familia y amistades, no logrando expandirse al resto de la sociedad y a ser parte de la formación de ciudadanos.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Javier Díaz-Albertini es Ph. D. en Sociología

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