Una sopa de su propio chocolate, por Alfredo Bullard
Una sopa de su propio chocolate, por Alfredo Bullard
Alfredo Bullard

Si usted quisiera convertirse en ladrón, le doy un consejo: es más fácil robar usando un trámite que una pistola. Además, es menos riesgoso. 

Por ejemplo, si usted tiene un carro con lunas oscuras le robarán varias veces. Necesita un permiso estatal para circular. Pero si cree que una vez obtenido se acabó su pesadilla, se equivoca. Tiene que renovarlo cada dos años. Y no es suficiente sacar el permiso para el carro. Cada persona que va a conducir el auto (un máximo de tres personas) tiene que estar autorizado.

Primer robo: con el requisito ya le expropiaron parte de su carro. No lo puede prestar a un amigo o a un familiar que no figure en el permiso. Y si usted se tomó unos tragos no puede llamar a un chofer de reemplazo ni puede dejar que lo conduzca “el amigo elegido”.

Segundo robo: tiene que hacer un trámite absurdo y sin sentido: pagar una tasa de S/337, ir personalmente a que le tomen una huella dactilar en un sistema biométrico, llevar su SOAT, obtener un certificado de identificación vehicular de la Diprove, sacar certificados de antecedentes policiales de cada uno de los choferes (con otro pago adicional), carta-poder notarial, entre otros requisitos. 

Tercer robo: si su auto tiene lunas oscuras, los policías lo detendrán con mayor frecuencia para ver si les liga ampayarlo. Si tiene permiso, le robarán su tiempo. Si no lo tiene, le robarán plata para no llevarlo al depósito. 

¿Y todo para qué? Nadie sabe. Nunca me han podido explicar qué se logra con este permiso. El único argumento es que los delincuentes usan con más frecuencia vehículos con lunas oscuras. Gran descubrimiento. También suelen usar vehículos con más cilindrada para escapar de la policía y no por eso pides permisos para circular con motores más potentes. Lo que hay que demostrar no es que los delincuentes usan autos con lunas oscuras con mayor frecuencia, sino que el bendito trámite reduce el número de delitos. Nunca nadie ha hecho esa demostración.

Todo es un acto de hipocresía amparado en el temor a la inseguridad pero dirigido a esquilmarnos y extorsionarnos. Un vulgar robo adornado con fines tan loables como falsos. Con la excusa de protegernos de los delincuentes se legaliza otro tipo de delito.

Este es solo un ejemplo. Si bien es rescatable el esfuerzo del gobierno en las últimas semanas para eliminar trámites y requisitos, ese esfuerzo es como tratar de rescatar a las víctimas sepultadas por un huaico usando una cucharita.

Hay que tomar medidas más radicales. Una de ellas es que la ley establezca un plazo de caducidad para la vigencia de los trámites. Como en el caso de las lunas polarizadas, existen numerosos otros trámites en que periódicamente el Estado nos pide renovar permisos y autorizaciones. Así, cada cierto tiempo hay que presentar los mismos papeles y cumplir los mismos requisitos para obtener la misma autorización que ya se obtuvo antes.

La ley debe establecer que una vez establecido un trámite este tendrá solo vigencia y exigibilidad por un año. Si la autoridad que lo propuso o que lo creó desea que el trámite siga vigente por un año más, tendrá que presentar una solicitud de renovación. Y no es cualquier solicitud. En ella tendrá que demostrar que el trámite sirvió para algo, que los costos que genera están justificados por los beneficios que trajo y que no generó una barrera absurda a los ciudadanos para ejercer sus derechos.

Cuando uno crea un trámite ridículo, este toma vida propia y se vuelve inmortal. Nadie se animará a desactivarlo. Por ello, la ley debe desactivarlo automáticamente, salvo que se acredite que es necesario mantenerlo vigente. Así los burócratas recibirán una sopa de su propio chocolate: tener que sufrir todos los años con renovar su autorización para exigir requisitos y trámites.

Y además tiene lógica. La base de la relación entre el Estado y los ciudadanos es la libertad. No somos los ciudadanos los que tenemos que justificar el ejercicio de nuestra  libertad, sino el Estado el que tiene que justificar por qué la limita. Esta regla, quizás la más importante para la convivencia, es la más olvidada por la burocracia.