Iván Alonso

Hoy se publica por última vez la tasa Libor (London Interbank Offered Rate), usada desde hace unos 40 años como referencia para ajustar periódicamente las tasas de interés de billones de dólares de préstamos, y para saldar transacciones conocidas como derivados financieros. Por última vez, queremos decir, en su versión actual, que sale de un sondeo de las tasas a las que ciertos bancos estiman que pueden prestarse fondos de otros bancos en el mercado de Londres. Una versión ‘sintética’, basada en la SOFR (Secured overnight financing rate), una tasa para préstamos garantizados con bonos del tesoro norteamericano, continuará publicándose por los próximos 12 meses. Luego desaparecerá por completo.

El ocaso de la Libor es el desenlace del “escándalo” que estalló hace más de una década. Inicialmente, se reveló que algunos de los bancos encuestados habían reportado costos de fondeo irrealmente bajos en el 2008 con la aparente intención de ocultar sus dificultades durante la crisis financiera internacional. Después se supo que los negociantes de derivados trataban de influenciar a los responsables de reportar los estimados para mover la Libor hacia arriba o hacia abajo, según su conveniencia del momento.

Un “escándalo”, entre comillas, dice Stelios Contogoulas, un exnegociante de derivados del Barclays Bank que fue acusado de fraude y absuelto por las cortes inglesas, en su libro “Truth & Li(e)bor”. Distinta suerte corrió Tom Hayes, otro exnegociante de derivados, primero del UBS y después del Citibank, condenado a 11 años de cárcel, según cuentan en “The Fix” los periodistas Liam Vaughan y Gavin Finch. Sus seis coacusados de conspiración fueron todos absueltos, sin embargo.

En ambos libros abundan las anécdotas sobre la fanfarronería de los ‘traders’, pero escasea la evidencia sobre su influencia real en la Libor y el perjuicio que la supuesta manipulación habría ocasionado a los clientes de los bancos o al público en general. Hayes fue obligado a devolver £878.806, una minucia, si de ganancias indebidas hablamos, para alguien que movía el equivalente a cientos de millones de libras al año.

Sería difícil encontrar esa evidencia por dos razones. Primero, porque el procedimiento de cálculo está diseñado para evitar los sesgos en una u otra dirección. La Libor es el promedio de los costos de fondeo reportados por ocho de los 16 bancos encuestados, luego de eliminar los cuatro valores más altos y los cuatro más bajos. Segundo, porque, cuando la Libor sube, un banco cobra más por sus préstamos, pero también paga más por sus depósitos; un negociante gana con un derivado, mientras que otro, del mismo banco quizás, pierde con otro derivado.

Los reguladores y los académicos que les prestan fondeo intelectual, como Darrell Duffie y Jeremy Stein, distinguidos profesores de Stanford y Harvard, respectivamente, piensan que una tasa de referencia basada en transacciones ejecutadas es una mejor guía del costo del dinero que enfrentan los bancos. Pero es discutible que una mirada al pasado sea más acertada que la mirada al futuro de 16 banqueros experimentados. El reemplazo de la Libor por la SOFR, además, acentuará el dominio de la política fiscal norteamericana sobre el mundo financiero. Algún día la echaremos de menos.






*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Iván Alonso es economista

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