La seguridad ciudadana sigue empeorando en el Perú. Una de las pocas cifras confiables son las encuestas de victimización, que preguntan a los ciudadanos si han sido víctimas de un delito en los últimos doce meses. En el 2014 el Perú encabeza la lista en el hemisferio occidental: el 30.5 % fue víctima de algún delito, un empeoramiento con respecto al 2012, cuando la cifra fue 28.1 %, según el Barómetro de las Américas.
La última encuesta de Ipsos publicada por El Comercio apunta en la misma dirección, pues muestra que el 60 % cree que la seguridad está empeorando.
Es decir, a los ciudadanos nos va muy mal. Pero al ministro del Interior, Daniel Urresti, le va muy bien: es el más popular del gabinete y ya aparece en las encuestas de intención de voto para las presidenciales de 2016.
Su técnica es sencilla y eficaz: se dedica casi exclusivamente a promoverse mediáticamente usando el cargo que detenta, apareciendo en los operativos exitosos de la policía –en los otros no se acerca- como si él fuera el directo responsable de que las cosas se hicieron y salieron bien.
En un ambiente de estrés y miedo como el que se vive ante el avance de la delincuencia, mucha gente cree que “por lo menos está haciendo algo”. Eso explica, en parte, la incongruencia entre el deterioro de la seguridad y la popularidad del ministro.
La realidad es que Urresti no está haciendo casi nada para mejorar la seguridad, pero está trabajando mucho para aumentar su popularidad, con dos propósitos definidos. El primero, evitar que prospere el proceso que se le sigue por el asesinato del periodista de Caretas, Hugo Bustíos. De hecho, el fiscal superior está asustado y no toma ninguna decisión. Un individuo agresivo, con poder y popularidad, es difícil de sentenciar por un sistema judicial débil. El segundo, lograr un cargo electivo en el 2016.
Asimismo, está en su repertorio insultar a todos los que discrepan con él, aunque ahora también lo hace por encargo de la pareja presidencial. El último fue, como apuntó Mariella Balbi en El Comercio, “un ataque artero y vil por parte del ministro Urresti” a la ex procuradora Yeni Vilcatoma.
Otro elemento de la técnica de Urresti es la sistemática falsificación de cifras y logros, agrandándolos de manera desmesurada, aunque para eso tenga que trasformar el yeso en cocaína. Como algunos que observamos con detalle las cifras lo hemos desenmascarado varias veces, ahora se abstiene de anunciar números pero sigue haciendo ofertas que no cumple.
Las promesas sin fundamento, pero efectistas, son parte del método de Urresti. Cuando llegó al ministerio, ofreció llevar a todos los vehículos con papeletas al depósito gigante que en un mes iba a construir en Pachacamac. Prometió acabar con los centros de venta de autopartes robadas –San Jacinto incluido- en diciembre. Dijo que en un mes presentaba el proyecto de ley para prohibir las lunas polarizadas. Ahora dice que acabará con el crimen organizado en Trujillo para el próximo julio. Antes, cuando estaba a cargo de la minería informal, había ofrecido terminar con ese negocio en Puno y Madre de Dios. Y así hasta el infinito. Urresti simplemente confía en la mala memoria de la gente.
En materia de seguridad, el ministro está repitiendo su experiencia con la minería informal que lo catapultó a la fama al tiempo que fracasaba estrepitosamente. En efecto, lo esencial de la política del gobierno era formalizar a los informales. El resultado es que se han formalizado 5 de 300,000. En el mejor de los casos, 220, como ha sostenido, aunque sin mostrar evidencias, el ministro del Ambiente; es decir, el 0.07%. Ha disminuido en algo el uso del mercurio solo porque se ha reemplazado con cianuro. Y el oro ilegal ahora sale por Bolivia, que ha triplicado sus exportaciones de ese metal sin tener nuevas minas, como anota Miguel Santillana en el diario Gestión.
En suma, Urresti es un aprovechado imitador del estilo de Hugo Chávez, con las mismas desastrosas consecuencias de su inspirador: mucho ruido y pocas nueces.
Como ha señalado Carlos Basombrío en la revista Semana Económica, es una desgracia para el “país que, de nuevo, un aventurero, autoritario, imprevisible y sin escrúpulos tenga protagonismo en la política peruana”.