"Temple", por Marco Aurelio Denegri
"Temple", por Marco Aurelio Denegri
Marco Aurelio Denegri

La palabra temple es polisémica, vale decir, tiene varias acepciones, diversos significados. Uno de ellos, el sexto, dice:

“Fortaleza enérgica y valentía serena para afrontar las dificultades y los riesgos.”

Ni esa fortaleza ni esa valentía son fáciles consecuciones ni tampoco dones gratuitos, como el carisma, por ejemplo, que es un don gratuito que Dios concede a algunas personas en beneficio de la comunidad.

La fortaleza enérgica y la valentía serena se logran por la ascesis y anacoresis, mediante una gran disciplina y gracias al sufrimiento útil, que al cabo es perfeccionamiento espiritual.

Cuando el explorador danés Knud Rasmussen preguntó al gran chamán del Ártico, Igjugarjuk, cómo había logrado ser lo que era, Igjugarjuk le dijo:

“La verdadera sabiduría se halla lejos de los hombres, reside en la gran soledad, y para conocerla es necesario sufrir. Las privaciones y penas, los sufrimientos, nos permiten acceder a aquello que se les oculta a los demás.” (Citado por Andreas Lommel, The World of the Early Hunters: Medicine-men, shamans and artists, 151.)

Así como hay gente que ama estúpidamente, la hay también que sufre estúpidamente, inútilmente, innecesariamente. Son los indigentes de siempre: sin entidad ni substancia, sin contenido. Por eso son lo que son: insignificantes.

El verbo templar, en el Perú y en otros países de América Latina se conjuga      siguiendo el modelo de conjugación de cerrar, y por eso se dice: “yo tiemplo el arco”, así como se dice “yo cierro la puerta”; pero está mal dicho, porque el verbo templar es regular y en consecuencia lo propio es yo templo, tú templas, él templa, etcétera; aunque en este caso, la falta de eufonía de lo correcto explica en parte por qué prefieren los hablantes lo incorrecto; sencillamente, porque es más eufónico y además porque templar se parece mucho a temblar, que se conjuga como cerrar, y por eso se dice “yo tiemblo”; entonces la gente, por analogía, dice “yo tiemplo”.

Pues bien: el verbo templar tiene, entre otras acepciones, la de poner en tensión algo. Para arrojar la flecha, hay que templar la cuerda que está sujeta al arco. De la misma manera, quien está, como decía Krishnamurti, en alerta percepción, y lo está permanentemente, templa su espíritu y vive de instante en instante, atento a todo, superatento, ni más ni menos que como el practicante de artes marciales, al amparo de cualesquiera sobrecogimientos y despiertísimo para que nada ni nadie lo sorprenda.