Sucedió en medio de mi entrenamiento y con mi profesor al costado, ambos apostando sobre lo que ocurriría. Esta semana, después de mucha expectativa y especulación, Rafael Nadal convocó a una rueda de prensa en la que comunicó una decisión que ya todos los grandes fanáticos del tenis –aunque con esperanzas de que no sucediera– veíamos venir: por primera vez, después de casi 20 años de imponentes victorias, el Grand Slam de Roland Garros –su especialidad– no contará con su presencia, así como tampoco el US Open, ni los siguientes torneos de Masters ATP que quedan en el 2023. Pero además de la tristeza que nos genera no verlo en las canchas en los próximos meses y de la importante pérdida de puntaje que esto significará para su figura, Rafa soltó la bomba inminente: hay altas probabilidades de que el 2024 sea su último año como jugador profesional de tenis. Una decisión que, en palabras propias, no ha tomado él, sino su cuerpo.
Si su predicción se cumple y decide retirarse, estaríamos enfrentándonos, oficialmente, a la continuación de lo que inició Roger Federer en el 2022 cuando decidió poner fin a una carrera con la que todos lo vimos alcanzar la gloria. El inicio del fin.
El fin de una era honorable que pocos deportes tienen la suerte de presenciar. Porque no se ve en otro lugar lo que Rafa, Roger y Novak han aportado al tenis: es completamente indescriptible. Un “Big Three” con dos de tres ya retirados y uno que sigue en juego, pero con mucho viento en contra (y probablemente también próximo a la ‘jubilación’), hará que este deporte no vuelva a ser lo que fue en más de esta década de majestuosidad.
La decisión de Nadal, como la de Federer, en su momento –que aún me hace lagrimear cuando veo los videos– golpea fibras sensibles para quienes vivimos día a día la emoción de tocar una raqueta. Los años han pasado en un abrir y cerrar de ojos y, con ellos, nuestros ídolos también. Rafa y Roger han encabezado, desde que tuve mi primer acercamiento con el tenis a muy corta edad, la lista de deportistas que más admiro, y aunque durante mucho tiempo estuve desconectada del deporte, hoy me siento más cerca que nunca a ellos.
Con el próximo probable retiro del mejor tenista de habla hispana que hay hasta el momento, se cierra la puerta a mi sueño adolescente de ver “el clásico” enfrentamiento entre el español y el suizo, que guardo desde hoy en un cofre con llave. Pero todo ciclo, por muy eterno que parezca, llega a concluir. Es momento de que los más grandes tomen la banca, para que, a partir de ahora, Carlos, Stefanos, Jannik, Daniil, Holger, y tantos más que vienen con hambre de gloria tomen la enorme posta que dejan los maestros.
Por todo lo anterior, me reservo aún las palabras de despedida –aunque sean más para mí que para ellos– para cuando ese sensible día llegue, y mantengo firme la esperanza de ver a Rafa cumplir su promesa de regalarnos el mejor tenis de su vida.