Lo que la presidenta Dina Boluarte calificó hace poco como “terrorismo de imagen”, y que estaría siendo practicado por algunos medios y periodistas promotores –según ella– de mentiras e injurias en contra suya y de su gobierno, tiene más bien como sustrato (claramente no visto o negado a ser visto) la imagen de terror que ella misma ha labrado y que proyecta con mucho esfuerzo.
Es difícil encontrar un gobierno democrático en el mundo (porque los otros cooptan, compran o simplemente reprimen la libertad de prensa o de expresión) que no atribuya a la “mala prensa” una de las causas principales de sus desdichas. O, puesto en su versión más políticamente correcta, “a la falta de” o “a los problemas con la” comunicación.
En el Perú, por lo menos desde el gobierno de Ollanta Humala, esta narrativa se ha extendido a niveles poco vistos en períodos anteriores. Pero en el actual quinquenio Castillo/Boluarte ha adquirido ribetes de frescura humorística, por no utilizar otro calificativo.
Para empezar, un jefe del Estado que no tiene contacto e interacción abierta con los medios vía conferencias de prensa o entrevistas durante meses (como es el caso de Boluarte), ¿puede argüir una animosidad, cuando lo que demuestra es la intención de evadir cuestionamientos sin respuesta?
El Caso Rolex y la extraña relación de la presidenta con el gobernador de Ayacucho, Wilfredo Oscorima, fueron la muestra palpable de las grandes dificultades de la primera por articular una versión consistente cuando esté de por medio un riesgo penal.
Recurrir a un vocero presidencial por encima del rol que le compete al jefe del Consejo de Ministros, causando confusión sobre quién es el emisor principal del mensaje (si la propia Dina Boluarte, el abogado de esta o el gobierno en su conjunto), no hace más que confirmar este ánimo evasivo.
Insistir con la versión de que “hablo a través de mis obras” (formato al que en su momento recurrió Luis Castañeda Lossio, apodado por eso como ‘El Mudo’) funciona cuando las obras existen y tienen alta visibilidad, cosa que no ocurre con esta administración, hoy arrinconada, entre otras cosas, por el crimen desbordado.
En Palacio tienen que entender que lo que se transmite al final del día con las frases de victimización o elevadas de tono por parte de la presidenta es simplemente miedo o acaso terror.
Terror a enfrentar la verdad con transparencia; terror a que se descubra lo inevitable.