(Ilustración: Víctor Aguilar)
(Ilustración: Víctor Aguilar)
Gonzalo Portocarrero

La pertinaz necedad con que se sigue usando los términos ‘terrorista’ y ‘apología del terrorismo’ resulta cada más difícil de tolerar. El último caso ha sido afirmar que las tablas de Sarhua estarían haciendo propaganda al terrorismo. Es difícil de ponderar cuánto de mala fe y cuánto de ignorancia hay en este uso indiscriminado de los términos. Lo cierto es que se usan para arrinconar y poner bajo el escrutinio público cualquier imagen o razonamiento que no comulgue con la simpleza de la ecuación: Sendero Luminoso es esencialmente igual al terrorismo. Y cualquier persona que no esté de acuerdo con esa opinión es porque cobija una peligrosa simpatía con el terrorismo que, naturalmente, debe ser sancionada.  

En realidad, el terrorismo como culto a la violencia, mistificada como atajo al cambio y justicia social, pone en evidencia que el terror ha desplazado a la persuasión como instrumento para ganar conciencias. Se trata de destruir el diálogo y cualquier posibilidad de acuerdo. En el caso de Sendero, el uso del terror empieza con la matanza indiscriminada de 69 hombres, mujeres y niños, en Lucanamarca en 1983. La presunción de los senderistas era que por medio del terror impedirían que los campesinos respaldaran a las Fuerzas Armadas. Pero esta estrategia resultó contraproducente, pues llevó a los militares a perpetrar masacres contra los que simpatizaban con Sendero.  

Así se generó una situación en la que una masacre sucedía a otra. Una espiral de violencia. Los campesinos, persuadidos del mayor poder de fuego de los militares, y del carácter cruel y abusivo de las intervenciones de Sendero Luminoso, decidieron apostar a favor de las fuerzas del orden. Entonces se organizaron en rondas campesinas que aislaron a las columnas de Sendero para, en alianza con los militares, lograr la pacificación del campo. 

Para el pueblo de Sarhua contamos con el magnífico libro de Olga González “Unveiling Secrets of War in the Peruvian Andes” (“Develando secretos de guerra en los Andes peruanos”). Una tesis de doctorado en Antropología. La autora nos cuenta que Sendero logró establecerse en la comunidad de Sarhua gracias a la presencia del director de la escuela, un hombre muy prestigioso por sus servicios a la comunidad. Sin embargo, su liderazgo fue cambiando, pues cada vez era más exigente y maltratador. Los comuneros decidieron sublevarse, ajusticiándolo y acercándose a los militares en busca de amparo. El ajusticiamiento del líder senderista se convirtió en un secreto del que nadie quería hablar. Desde entonces la comunidad participó activamente en la lucha contra Sendero. Sin embargo, también protegió a ex senderistas a los que se indultó a cambio de un mayor compromiso con la comunidad y de luchar contra la incursiones de Sendero. Esta es la historia que las pinturas de Sarhua tratan de explicar.  

En muchas otras comunidades sucedió lo mismo, o algo muy similar, como lo revelan los importantes trabajos de Marté Sánchez y Américo Meza, entre otros. Todos además situados en la estela del informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.  

Pero a estos relatos se opone otro que es categórico, que no admite diálogo, ni le interesa investigar la realidad. Desde esa perspectiva, toda esta situación es clara como el agua. Los senderistas son los enemigos de la patria, ahora y siempre, por el hecho de ser terroristas. Cualquier cosa que alguno de ellos haga es una forma de apología del terrorismo. Incluso cualquier intento de explicar la realidad en la pintura, o el teatro, o en la fotografía, es tildado inmediatamente de apología del terrorismo.  

Lo más serio del caso es que así se hace más difícil que el público piense por sí mismo y se apega, en cambio, a posiciones que abdican de cualquier pensamiento propio. ¿Miedo o desinterés? En realidad no importa tanto, pues en ambos casos el resultado es muy similar. Se propicia una indiferencia hacia todo lo que no afecta nuestros intereses más inmediatos. Obviamente, esa no es la forma de construir nación. Se perpetúan los odios emboscados. 

No creo que eliminar puntos de vista adversos a nuestra opinión represente una salida para construir una memoria por (casi) todos compartida. En ese caso no haríamos más que fragmentar aun más nuestra conciencia colectiva y retardar la integración de nuestras historias en el gran relato que algún día tendremos que compartir. Por ello no vale ser tolerante con la mentira y la incapacidad.