El genocida Abimael Guzmán fue capturado hace 29 años y aún tenemos tareas pendientes. Hace apenas unas semanas, cuando se anunciaba el cierre de la prisión de la Base Naval de la Marina, notábamos que en casi tres décadas ningún gobierno acometió la necesaria tarea de acondicionar un penal suficientemente seguro para el encarcelamiento de los criminales más sanguinarios de nuestra historia reciente. Ahora que el cabecilla de Sendero Luminoso ha fallecido advertimos que tampoco se discutió y aprobó una solución legal adecuada para el destino de sus restos.
Genera mucha alarma que todavía haya algunas personas que intenten justificar el terrorismo que sufrió nuestro país o que tengan expresiones indulgentes hacia dichos asesinos. Pero causa aun más preocupación que como sociedad no hayamos hecho lo suficiente para desterrar por completo aquellos pensamientos que tanto daño causaron.
¿Cómo es posible que exista una organización como el Movadef que busca amnistía para unos delincuentes que masacraron a decenas de miles de peruanos sin haber siquiera pedido perdón? ¿Por qué tememos que surjan homenajes o cultos para el mayor homicida de nuestra historia? Comprendo a quienes plantean interdicciones porque este tipo de manifestaciones representarían un insulto para las víctimas del terror y la memoria del país. Pero también deberíamos ser conscientes de que únicamente con prohibiciones no se ganan las batallas, menos aun cuando son ideas las que están en pugna.
Las ideas de Sendero Luminoso y sus aliados son las del odio. Un odio que dibuja a los compatriotas como enemigos y, por ende, no cree en la libertad individual ni en la democracia. Un odio que menosprecia la vida de las personas, llegando a tomarlas como mecanismo de presión para la imposición de su credo. Y el odio no se combate ni desaparece por ley.
Para vencer la ideología del odio es necesario dar más educación, aprender y enseñar los valores de libertad, democracia y paz que el terrorismo intentó enterrar. Se requiere también compartir mucha más información sobre cómo surgió el terrorismo, quiénes fueron sus principales actores y entender por qué su mensaje tuvo alguna acogida.
Durante el período 2016-2021, se presentaron 10 proyectos legislativos que buscaban endurecer las penas del delito de apología del terrorismo, ampliar su definición o incrementar las prohibiciones para asumir cargos públicos a quienes hubieran sido condenados. Ninguna de estas iniciativas, sin embargo, cumplía con establecer una definición concreta y precisa de cuándo una expresión sería considerada apologética, un requisito necesario para superar el test tripartito (legalidad, legitimidad, proporcionalidad y necesidad) de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Legislar sin inteligencia podría incluso regalarles un triunfo judicial a los aliados del terrorismo.
Menos atención recibieron, en cambio, una iniciativa del 2012 y otra del 2018, que establecían una franja televisiva en el canal estatal para difundir videos, fotografías y mensajes que recuerden a las víctimas y los daños perpetrados por el terrorismo, y la difusión de publicidad antiterrorista en medios radiales y televisivos, respectivamente. Pero justamente eso es lo que necesitamos, más información y mayor difusión. Con tuitear #TerrorismoNuncaMás no alcanza.
Los esfuerzos estatales deberían estar dirigidos, pues, a que las personas que afortunadamente no padecieron el terror de Sendero Luminoso sepan lo que significó para millones de ciudadanos, de modo tal que nunca más una ideología extremista pueda tener cabida en nuestra sociedad.
Nos hemos demorado casi 30 años en tomar decisiones importantes, y cuando hubo necesidad de legislar se hizo desprolijamente. Creer que con la muerte de Abimael Guzmán se acaba el terrorismo sería un tremendo error de procrastinación.
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