La imagen del tigre de papel es un término de origen chino, popularizado por Mao Tse-Tung, que ha sido empleado también entre algunos académicos para explicar la forma en la que algunos países caracterizan a sus adversarios. Como dice Jack Snyder, es una imagen que, simultáneamente, presenta al rival como un enemigo formidable que representa un riesgo inminente, pero también como muy débil o indeciso para responder a acciones preventivas.
Las idas y venidas del Gobierno de Perú Libre en estas primeras semanas (no tiene ni un mes en el poder) se han interpretado como una señal de comportamiento amenazante, pero, al mismo tiempo, han mostrado la debilidad y la precariedad de su accionar.
El llamado ‘Gabinete de choque’ pareció confirmar los peores temores de quienes ven a Perú Libre como la implantación de un régimen comunista en el poder. El “comunismo nos está tomando y no vamos a permitir que siga avanzando”, proclamó el lunes el congresista de Renovación Popular, Jorge Montoya, ante las declaraciones de Héctor Béjar sobre el terrorismo en el Perú.
Hay probablemente un sesgo de disponibilidad que hace que la vívida imagen del giro a la izquierda en América Latina esté muy presente como referencia en nuestro país, y que las abiertas simpatías de Perú Libre por regímenes como el cubano o el boliviano despierten natural recelo entre muchos. Pero ni Perú Libre surgió de una revolución triunfante (fenómeno escaso en la historia), como los sandinistas en Nicaragua o el castrismo en Cuba, ni tiene la fuerza aluvional del MAS en Bolivia, como bien lo han destacado Santiago Anria y Paolo Sosa en un reciente artículo (básicamente, Evo Morales gobernaba el país desde antes de ser elegido, en el 2005, con más del 50% en la primera vuelta).
Y aun cuando el partido de gobierno está en su derecho de nombrar a correligionarios de Perú Libre, como ha esgrimido en defensa el propio Guido Bellido, o a exguerrilleros como Béjar, eso no implica que tenga la capacidad de defender sus decisiones, como la propia renuncia del canciller ayer lo refleja, anticipando una eventual censura en el Parlamento.
Bellido, por su parte, podría esperar un destino similar, de no ser por la posibilidad que se le abre al Ejecutivo con una primera confianza denegada. Pero lo cierto es que su nombramiento no ha sido bien recibido por la ciudadanía, que de manera contundente favorece a un Gabinete que no sea encabezado por alguien de su partido (74%). Como enfatizó en su editorial este Diario el lunes, la permanencia del propio presidente del Consejo de Ministros es “insostenible”, una postura que es respaldada por una mayoría de la opinión pública (50%) que considera que el Congreso no debe dar el voto de confianza a su gabinete (frente a un 42% favorable).
Es altamente probable, entonces, que la histórica impopularidad de inicio del presidente Pedro Castillo se explique también por el pobre criterio que ha demostrado para nombrar a sus ministros y técnicos en general.
Así, el ‘Gabinete de choque’ del gobierno comunista próximo a capturar el poder para siempre no ha hecho más que acumular derrotas, tanto en el Parlamento (cinco en menos de un mes, de acuerdo a un informe de Martín Hidalgo, merced a los 79 votos de la oposición), como fuera de él (renuncia de Béjar y anuncio de reinicio de huelga en Chumbivilcas, su propio bastión).
Ahora bien, tan importante como no sobreestimar al partido de gobierno, es no subestimar su capacidad de hacer daño, por la incompetencia y precariedad de sus cuadros, pero también por el riesgo de victimizarlo y arrinconarlo. Cuando Mao sugirió que Estados Unidos era un tigre de papel, Nikita Kruschev le recordó que quizá lo era, pero que tenía “dientes nucleares”. Si se cae el Gabinete Bellido, será ocasión para ver qué esconde la sonrisa del felino.
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