Maite  Vizcarra

“Solo los muertos y los imbéciles no cambian” dice un refrán. Y no le falta razón. Detrás de esta afirmación está la posibilidad de trocar las propias creencias y adoptar nuevas ideas. Si no estuviese permitido cambiar de opinión, estaríamos atados a algo que hemos dicho en algún momento específico por el resto de nuestra vida, negando los cambios y vaivenes en nuestra manera de ver y estar en el mundo.

Sin embargo, en el Perú de hoy es cada vez más difícil brindarnos esa oportunidad, pues rápidamente alguien nos tildará de tibios o, peor aún, de inconsecuentes. Si el otro no me deja cambiar de opinión, ¿cómo acepto mi error y suelto esa falsa creencia?

Esa situación binaria en la que vivimos casi todo el tiempo, reducidos a escoger entre una u otra esquina, entre el blanco o el negro, es lo que podemos denominar un contexto altamente polarizado. Ese contexto expresa hasta qué punto la opinión pública se divide en dos extremos opuestos sobre cualquier cosa. Reconocer esta realidad es muy relevante, pues a mayor polarización, más difícil resulta generar consensos amplios entre grupos con sensibilidades distintas para acometer reformas profundas que permitan que nuestra sociedad avance hacia un proyecto nacional.

Por eso, una polarización elevada puede dar lugar a posiciones irreconciliables, lo que dificulta la posibilidad de alcanzar acuerdos. Y ni qué decir de la posibilidad de dialogar. Esta se esfuma, simplemente.

Pero ¿cómo es que la opinión sobre algo se polariza? Convengamos en que este es un fenómeno muy extendido en varias latitudes y no solo en nuestro país. En ese sentido, polarizar es un arte que interesa a quienes no les viene bien el diálogo, desprecian los consensos y, lo peor de todo, ensalzan la difusión de verdades incompletas como estilo de vida.

Bajo esta realidad, una situación que puede resultar razonable podría no lucir así debido a la magia de la polarización: ¿servicio militar obligatorio o no? Si se opta por esta iniciativa, se corre el riesgo de ser calificado como autoritario, conservador y seguramente de extrema derecha. Sin embargo, habría que explicarles a quienes satanizan esta iniciativa que países tan liberales y ponderados como Dinamarca o Noruega solicitan a sus ciudadanos este servicio –social– para el país, a modo de compromiso e identidad con su nación.

Este mayor desacuerdo sobre diversas cuestiones se explica en parte porque, además, se las identifica con tal o cual ideología. Un ejemplo diáfano es la cuestión migratoria en Europa, donde se observa que actualmente existe una correlación positiva significativa –según la European Social Survey (ESS) 2018– entre situarse en posiciones ideológicas conservadoras y mostrar rechazo a la inmigración, algo que no se observaba desde hacía varias décadas.

Discrepar es hoy más crítico que nunca en el Perú para evitar caer en la falacia de las verdades binarias promovidas por opinólogos, nuevos medios y voces en calles y plazas. Las narrativas incompletas que a veces escuchamos en redes sociales y rebotadas –irresponsablemente– en medios de “señal abierta” nos exigen la opción de darnos la oportunidad de discrepar. Pero, mejor aún, de salirnos del reduccionismo.

El biólogo y filósofo chileno Humberto Maturana alguna vez afirmó que existen tres derechos humanos universales que no fueron recogidos por las Naciones Unidas, pero que son tan esenciales como los demás: el derecho a cambiar de opinión, el derecho a irse sin que nadie se ofenda y el derecho a equivocarse. Según decía, estos tres derechos son los que, junto con los demás, hacen posible que un organismo pueda vivir razonablemente en equilibrio. Dese la oportunidad de cambiar de opinión, abra su mente y, de paso, desarme muchas de esas verdades a medias que andan circulando por ahí.

No a la polarización.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Maite Vizcarra es tecnóloga, @Techtulia