Imagine un gobierno –fujimorista, toledista, aprista o de cualquier pelaje– donde el ministro del Interior esté acusado de violación de derechos humanos. El alboroto, el escándalo y la crítica serían tan pero tan grandes que no le quedaría más que renunciar de inmediato. No es necesario tener una bola de cristal para saber que impajaritablemente tendría que ser así.
A diferencia de sus antecesores, el ministro Daniel Urresti ha impactado, muchos lo han criticado por su estilo tan activo, dicen que tipo Rambo, de ir a buscar a la delincuencia del día a día, encabezando personalmente las operaciones policiales. Pero hay también un gran sector (de acuerdo con encuestas personalísimas parecen ser más, pero los sondeos profesionales lo determinarán) que mira su actuación con cierta esperanza.
Comentarios tipo “por lo menos hace algo, es enérgico, sacó a malos policías” se escuchan en el sector de a pie. Claro que cuando vemos el crimen de un ciudadano a manos de un sicario en pleno Miraflores, o a falsos taxistas que roban a mujeres gracias al celular sabemos que la violencia y el delito son crecientes en nuestro país.
El ministro del Interior ha dicho que él está presente en las operaciones porque eso le da al policía motivación y esperanza. Lo hace para ejercer liderazgo en una institución que está atravesada por la corrupción y el desgobierno. Sostiene también que la actitud del policía es más entusiasta cuando ve que el ministro entra primero a la cachina de autopartes o va a los reductos de comercialización de droga. Probablemente tenga razón. Y si funciona, pues que se disfrace de lo que considere conveniente.
Sin duda, los resultados del mes de gestión hablarán bien o mal sobre su labor. Hay que tomar en cuenta que (de lo que recordamos) es el primer ministro del Interior que describe puntualmente las modalidades de corrupción en la policía. La bolsa para el comisario, los policías fantasmas, el impune robo de gasolina, son revelados sin empacho por Urresti. Anota además que la moralización en la policía es un reclamo del propio personal.
El titular del Interior se dice una persona honesta y quiere seguir siéndolo. Con su denuncia muchos comisarios pondrán las barbas en remojo. Sin embargo, el entusiasmo inicial frente a su estilo puede desmoronarse con su involucramiento en el caso del periodista ayacuchano Hugo Bustíos a manos del Ejército, de la base de Castropampa, Ayacucho, donde Urresti era capitán, realizando acciones de inteligencia.
Ha dicho que nunca violó los derechos humanos y probablemente sea así. Pero su nombramiento por el presidente Humala, sabiendo que se le ha abierto un proceso, revela inexperiencia política o falta de sentido de la realidad. En la historia ministerial del país no hemos visto un caso así. Lo que pudo ganar el Gobierno con la designación de alguien tan proactivo (con cargo a que hablen las encuestas) se nubla y empaña con este tema.