Debe haber un círculo especial en el infierno para los que hacen promesas imposibles de cumplir, con el único afán de conseguir el respaldo de otro o su cariño o su aceptación.
A veces el timado es responsable de haberse comido un cuento absolutamente inverosímil, pero hay circunstancias en que la capacidad para detectar falsedades está como adormecida y es inevitable caer en la trampa. Una chiquilla profundamente enamorada no tendrá la claridad para descubrir que ese chico que le jura amor eterno desaparecerá al día siguiente de que pierda su virginidad. Ese enfermo terminal elegirá creerle al charlatán que le vende una cura mágica porque ya no le quedan alternativas. Moraleja: el amor nos vuelve confiados y la necesidad nos vulnerabiliza. Los seres viles lo saben y salen de cacería para disparar sus mentiras y aprovecharse de quienes necesitan creer.
Durante las elecciones este mecanismo perverso se pone en marcha de manera grosera. Quienes buscan los votos de los ciudadanos trabajan arduamente para descubrir aquello que la población está dispuesta a escuchar. Detectan sus debilidades, escogen sus vulnerabilidades y, sin ningún pudor, lanzan sus anzuelos. Si la trampa está bien armada, el elector irá tras la promesa sin que nadie lo pueda convencer de que el ofrecimiento es absurdo. En la última contienda electoral, por ejemplo, de todas las ofertas perversamente falsas que se barajaron, tal vez la más cruel haya sido la del ingreso libre a las universidades. Miles de peruanos votaron por Pedro Castillo al escuchar al chotano jurarles que, si salía elegido presidente, todos los que quisieran ingresar a cursar estudios de educación superior lo podían hacer sin pasar por un proceso de selección. Basta revisar los números para darse cuenta de que se trata de un bluf: en el año 2020 postularon más de 49.385 jóvenes a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y solo había 6.821 vacantes. Por más esfuerzo y buenas intenciones que tengan las autoridades universitarias, una oferta como la del ingreso libre a la universidad requeriría, solo para San Marcos, un incremento de infraestructura, personal y presupuesto imposible de manejar.
Solo tres de cada 10 jóvenes que salen del colegio acceden a la educación superior universitaria. Por supuesto que el número es bajo y el Estado tiene que hacer esfuerzos por incrementar la oferta. Desde el Ministerio de Educación se han estado barajando medidas interesantes para ampliar vacantes y ofrecer becas, y todo indica que está listo un proyecto de ley en ese sentido. Sin embargo, el presidente Castillo, necesitado como está de la aprobación popular, ha estado ventilando nuevamente el tema con su verborrea populista de campaña, sin hacer la precisión de que lo que habrá será un proceso gradual, focalizado y piloto para facilitar el ingreso a los alumnos de bajo recursos y con buenas calificaciones. El ministro de Educación ha salido, rápidamente, a precisar de qué se trata el anunciado proyecto y a bajarle el moño a las expectativas.
Tendemos a echarle la culpa a los votantes de sus pésimas elecciones, y olvidamos que no elige igual quien tiene satisfechas sus necesidades básicas que ese otro cuyos anhelos y ganas de salir adelante lo hacen ver espejismos. Pedro Castillo ganó las elecciones gracias al voto de los que menos tienen. Su retórica populista caló en ese peruano que necesita tener fe en que algún día llegará a la universidad. En eso, Castillo no se diferencia mucho de los políticos que han hecho de la necesidad ajena un combustible de sus candidaturas. Lo que resulta indecente y cruel es que tengamos un presidente que sigue manipulando las esperanzas de quienes no tienen esperanza con el único fin de sostenerse en un puesto que cada día le queda más grande.
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