Carmen McEvoy

La nueva banda de asaltantes del Estado Peruano, que a lo largo de décadas ha sido perforado por organizaciones criminales de toda calaña, cuenta con su lista de ‘codinomes’. No cabe la menor duda de que uno de los más certeros en esta nueva temporada de robos a mano armada es “Transilvania”, dedicado al Ministerio de Transporte y Comunicaciones (MTC). Aunque espeluznante, no deja de ser acertada la idea de utilizar el nombre de una región de Rumanía, asociada al conde Drácula y a su cohorte de seguidores sedientos de sangre humana, para describir a la entidad con más recursos de la República del . Porque a estas alturas del partido queda claro que el MTC es el espacio donde un nuevo elenco depredador, encabezado por un maestro chotano picado por la enfermedad de la , se ha dedicado a vampirizar al Estado y a sus millones de contribuyentes.

Cabe recordar que el descubrimiento de nuevas claves en esta vieja historia de voracidad incontenible, por puestos y fondos públicos, estuvo acompañado por un par de eventos que hacen el relato aún más espeluznante. Pienso en los murciélagos que visitaron Lima, a los pocos días de la cobarde fuga del exministro Juan Silva, y el allanamiento de un local donde decenas de perros eran, técnicamente vampirizados por un grupo de seres execrables con la finalidad de enviar su preciada sangre a veterinarias europeas.

El horror en clave Vlad Tepes que, luego de enterrar casi trescientos mil muertos por COVID-19, nos está tocando enfrentar tiene como escenario un país que, por la ausencia de liderazgo, cuidado y honradez, se encuentra abandonado a su suerte. Mafias de todo tipo se enseñorean a lo largo y ancho del Perú para succionar recursos y destruir nuestro medio ambiente sin piedad. Desde el narcotráfico, en manos de los Quispe Palomino, dueños y señores del Vraem, hasta la minería ilegal cuyos barones tienen como objetivo la expoliación, destruyendo en el camino la vida, mediante la contaminación de ríos, lagos y bosques. Sin olvidar las amenazas de muerte, como es el caso de lo ocurrido con los valientes Wampis, que siguen clamando por ayuda estatal en su enfrentamiento con la tala ilegal.

La debilidad ante la irrupción de esta nueva casta hambrienta, de nuestra energía y trabajo honrado, se acrecienta por el comportamiento de un Ejecutivo que prefiere deambular repitiendo lugares comunes e incluso incoherencias, en lugar de resolver problemas gravísimos que tienen que ver específicamente con la soberanía nacional. Acá me refiero a la situación de los pescadores artesanales cuya fuente de trabajo, el Mar de Grau, fue vampirizado por la ecocida Repsol. Esta poderosa transnacional, cuya responsabilidad en el peor desastre ambiental de nuestra historia ha sido comprobada, ahora juega al muertito con la anuencia de quienes negligentemente nos “gobiernan”.

Robos de todo calibre, balaceras, asaltos, violaciones y la mentira de los cínicos de turno han sentado sus reales en cada región del Perú, mientras los poderes del Estado viven enfrascados en sus propias luchas intestinas sin entender la magnitud de la peor crisis de nuestra historia republicana. Porque el peligro real no es solo la inflación galopante, el incremento de los casos del COVID-19 y una hambruna que ningún buen deseo o palabrería barata podrá detener, sino la convivencia pacífica entre peruanos. Queda claro que para los depredadores de turno la violencia, que crece inexorable como ese petróleo que contaminó nuestro mar, incrementa notablemente sus beneficios pecuniarios y es bastante probable que se encuentre en el abanico de posibilidades de este nuevo y brutal embate.

Volviendo a los vampiros, recuerdo una reflexión de Armand, uno de los personajes principales del extraordinario libro “Entrevista con el vampiro” de Anne Rice: “El mundo cambia, y nosotros no. Ahí radica la ironía que finalmente nos mata”. Ahora que tenemos clara cuál es la naturaleza de nuestro viejo mal, un patrimonialismo faccioso y una anarquía de intereses que ahora amenaza nuestra supervivencia como república, ha llegado el momento de dar la pelea en todos los ámbitos de nuestra sociedad con las armas de la política, pero también del afecto y la razón. Trabajando por el cambio que, en nuestro caso específico, se refiere a la defensa de la vida en sus múltiples expresiones. No olvidemos que venimos de una cultura milenaria que ni en sus peores momentos dejó de maravillarse ante ella y venerarla en la figura del sol naciente.

Carmen McEvoy Historiadora