Imaginemos una carreta jalada por tres caballos. A veces la carreta avanza más rápido por el esfuerzo de uno de los caballos y esto puede durar un tiempo, pero si los otros caballos no se suman al esfuerzo, paulatinamente el agotamiento hará que la carreta se detenga. Para que un país llegue a la prosperidad, debe darse el desarrollo del sistema económico, social y político. Tal como lo discutimos en el artículo pasado, independientemente que uno de los sistemas tenga un rol central al inicio del proceso, debemos tener un desarrollo en todos los sistemas para tener asegurada la ruta a la prosperidad.
En este contexto, dados nuestros problemas institucionales, el caballo que puede y debe empujar inicialmente la carreta es el crecimiento económico. El crecimiento económico se dará si tenemos los incentivos individuales correctamente alineados, generando dos efectos importantes. Por un lado, el desarrollo de clases medias, y por ende del sistema social, y, por otro lado, la producción de recursos para potenciar la consolidación del sistema social e impulsar las reformas en el sistema político.
¿Cómo consolidamos el sistema social? Si el motor de la economía funciona con incentivos individuales, el sistema social requiere mejora de bienestar y menor desigualdad. Eso lo logramos con competencia en los mercados, para generar productividad que se traduce en aumento de empleo y salarios, y con fuertes inversiones en salud, educación e infraestructura básica, lo cual a su vez potencia el crecimiento económico, generándose un círculo virtuoso. Además, el fortalecimiento de clases medias y mejoras en la educación pública producen una enorme presión sobre la reforma política.
¿Cómo consolidamos el sistema político? Este es un proceso complejo en que están los mayores riesgos. Existen cuatro acciones inmediatas. En primer lugar, continuar con la formación de una burocracia sólida y eficiente, basada en meritocracia e independiente del gobierno de turno. Esa burocracia la tenemos en el campo económico y por eso el país tiene un buen desempeño en materia económica a escala mundial, pero la estamos construyendo en las áreas sociales y de inversión pública. En segundo lugar, controlar el problema de seguridad, bien público puro y esencial. En tercer lugar, fortalecer las instituciones de control público, para evitar casos de corrupción; y, finalmente, tener un sistema judicial que resuelva los conflictos económicos de manera rápida y eficiente, fortaleciendo así los derechos de propiedad. Todas estas reformas requieren presupuestos importantes, pero no se debe desestabilizar las finanzas públicas, de allí que el crecimiento económico sea condición necesaria para acelerar las reformas políticas.
En esta discusión existen dos temas importantes. El primero es la reforma de los partidos políticos y del sistema electoral. Mi opinión es que esto es secundario a los cuatro puntos anteriores. Si lo logramos sería un gran avance, pero mucho más importante es tener una burocracia técnica muy bien capacitada. Las experiencias de Alemania y de Estados Unidos así lo demuestran. Pero hay que tener cuidado con una reforma política mal diseñada que elimine representatividad y trate de recentralizar los recursos porque corremos el riesgo de terminar desprestigiando el sistema democrático. La no reelección de las autoridades regionales y locales es un ejemplo de una mala reforma producto de la falta de reflexión.
En segundo lugar, hay un problema inicial con la mala calidad de la burocracia y el despegue del crecimiento económico y consolidación del sistema social. Esto se resuelve con nuevos instrumentos fiscales con los que podemos acelerar la ejecución y eficiencia del gasto: obras por impuestos, que se debería ampliar a la provisión de servicios educativos y de salud; volver a utilizar los fondos de gasto entre empresas mineras y comunidades que salieron a partir del aporte voluntario, entre otros mecanismos.
Habría que mencionar que existen dos condiciones singulares que nos permiten un impulso especial y pueden acelerar el camino a la prosperidad. En primer lugar, sigue el proceso de incorporación de cientos de millones de personas a las clases medias en China e India, lo cual genera demanda sostenida por materias primas. El segundo factor es un bono demográfico, dado por la mayor proporción de personas en edad de trabajar dentro de la población. Esto quiere decir que el crecimiento del empleo se puede acelerar más rápido que el crecimiento de la población y que la capacidad de ahorro nacional será mayor.
El gran error de este gobierno fue no entender el rol del crecimiento económico, de allí la ausencia de reformas para impulsar la inversión privada y pública, el discurso inconsistente y la incapacidad para sacar adelante los grandes proyectos mineros. En la encrucijada en la que estamos no podemos darnos el lujo de seguir desperdiciando tiempo.