A medida que se acerca el día de votación me desencanto más del sistema político peruano. No es posible que a solo cinco años del bicentenario de la república el proceso electoral sea esencialmente un circo en el cual se agitan los estados de ánimo y las corrientes emocionales, antes que la razón de la ciudadanía.
Lo que vemos son campañas en las cuales las organizaciones políticas se comportan esencialmente como clubes electorales y no como auténticos partidos. Lo que acaba de ocurrir con el nacionalismo, por ejemplo –en que la improvisación primero llevó a invitar como postulante al Congreso a un cómico de tercer nivel y luego a poner en riesgo hasta la postulación del inefable Daniel Urresti–, demuestra la carencia de auténticas estructuras partidarias, la ausencia de una ideología de base y la falta de programas de gobierno viables. El problema, sin embargo, no se restringe al actual oficialismo, sino que cruza transversalmente a casi todos los grupos en contienda, donde más que simple transfuguismo de ciertas personalidades con relativa trayectoria política pareciera haber un travestismo que obedece al principio sórdido de la “plata como cancha”.
Entre tanto, el ofrecimiento del oro y el moro (sueldos mínimos exorbitantes, reducción de impuestos, precios irreales para los combustibles, mantenimiento de programas sociales insustentables, etc.) son manifestaciones de una estrategia maldita según la cual solo importa ganar la elección. Luego ya se verá si se cumple o no, porque –después de todo– frustrar las justas expectativas de 30 millones de peruanos es ya una tradición de impunidad.
La lógica demencial según la cual “salvo el poder todo es ilusión” es arrolladora en nuestro medio. Cuando se revisan las listas de candidatos congresales, aparte de verificar el mafioso tráfico económico en varios grupos, es desastroso el hallazgo de personajillos que no tienen ninguna capacidad para representar a la nación desde el Legislativo. Y, cuando se analizan los primeros esbozos de los ‘planes de gobierno’, es facilísimo advertir que se trata en casi todos los casos de mamotretos elaborados a partir del plagio, y el ‘copy paste’ de documentos locales y extranjeros.
El verdadero liderazgo, los discursos de sano proselitismo y la argumentación seria han dejado paso al vedetismo, el pullazo y el espectáculo ramplón. Así como en los albores del siglo XX triunfaba quien más distribuía pisco y butifarra, hoy puede ganar quien baila mejor el baile del totó y el que regala polos, arroz y aceite.
En este contexto, descontando a los ‘pitufos’ o candidatos que objetivamente no tienen mayor posibilidad de éxito, y poniendo de lado a una izquierda incapaz de levantarse del diván del psiquiatra para renovar sus postulados, la razón restringe la contienda electoral solo a tres fuerzas respetables: el fujimorismo de una Keiko alejada del pasado ominoso de su autócrata padre, la renovación de un PPK que todavía necesita controlar a sus bases y la alianza institucional de García Pérez-Flores Nano que podría convertirse en el cimiento de un gobierno de unidad nacional.
Todos los demás quizá diviertan, como en el circo, a un pueblo ávido de entretenimiento, pero de ninguna manera tienen respetabilidad en estas elecciones.