El Bicentenario impulsa el reestudio de las relaciones entre el Perú y España en la etapa virreinal proponiendo superar los estereotipos que asignaban en la historia el rol malo a lo español y el rol bueno a lo criollo. El libro “Virreinato o Colonia”, de Fausto Alvarado, produjo un importante debate entre su autor y el historiador Francisco Quiroz sobre el estatus que tuvo el Perú para España. Alvarado sostiene que el uso del término “colonia” es inexacto porque el Perú fue un “reino” más entre los muchos otros adscritos a la corona española como Cataluña, León, Sicilia o Aragón. Un espacio político relativamente autónomo, manejado por un representante del monarca y con un cuerpo legal específico, como Las Leyes Nuevas de 1542 o las Leyes de Indias en 1680.
En esas normas, la correspondencia oficial y los escritos de la época casi no se usa el término “colonia” para el Perú. Se le llama “provincia” y, más frecuentemente, “reino”. Solo desde el siglo XVIII el descontento de los criollos por las guerras de independencia reintrodujeron despreciativamente el termino “Colonia” para oponerlo a la “República”. Al contrario, Francisco Quiroz dice que aunque no se usara la palabra “colonia”, el Perú sí lo fue con una administración virreinal. El término habría estado ausente por la necesidad de los reyes de presentarse ante la iglesia como respetuosos de los pueblos dominados.
Pero ambos coinciden en que en el Virreinato la minería fue una actividad privada. El rey cobraba su quinto real como impuesto, pero el resto servía para pagar la importación de los productos europeos que consumían los peruanos. Los precios monopólicos implicaban una transferencia abusiva de recursos al exterior, pero las ganancias eran compartidas por los mercaderes criollos o españoles. Por ello, la extracción de oro y plata no solo llenó las arcas reales, como se cree, sino que era parte de un ciclo comercial en el que españoles, criollos y aun mestizos e indígenas como los caciques tenían mucho que ganar.
Así, se hace relativa la idea de la Independencia como la liberación de tres siglos de horror, pues ella no significó lo mismo para todos. Carlos Contreras, en “¿La independencia de quién?”, explica que, para los indígenas, la Independencia sustituyó a la élite española por la criolla, muy parecida y, en algunos casos, peor por su gran ambición por la tierra. Para los indígenas el rey había sido un personaje lejano que los protegía de los apetitos de otros grupos y no sorprende por ello que pueblos como Castrovirreyna o Iquicha lucharan al lado de los españoles. Y aunque ellos tuvieron avances como el ingreso al ejército, al clero o al hacer negocios libremente, los ganadores reales de la Independencia fueron los mestizos y criollos que ocuparon el espacio español.
Hay una gran ausencia y un gravísimo error en la enseñanza de la historia: la etapa virreinal casi no se estudia. Se pasa rápidamente del proceso de la conquista a la Independencia, dejando ausentes 280 años. Pero esos tres siglos son parte profunda de la idiosincrasia nacional, formaron la patria criolla y mestiza con la religión, personalidad e idioma que nos definen hoy. El Centenario cometió ese error. No lo repitamos en el Bicentenario, pues no nos comprenderíamos jamás.