Cuando el magnate inmobiliario Donald Trump asuma la presidencia de Estados Unidos, priorizará una fenomenal expansión de la inversión pública en infraestructura por un billón de dólares para acelerar la recuperación económica en ese país –esa fue su promesa de campaña–. Aunque no sabrá cómo gastar un millón de millones, seguramente sus principales asesores, conocedores de sus peculiares gustos, le recomendarán subirse a un helicóptero para lanzar –con el apoyo de la Reserva Federal (FED) y el Departamento del Tesoro– algunos millones de billetes de 100 dólares desde los aires, los que sus compatriotas recogerán a toda prisa.
Esa idea, aparentemente absurda, fue originalmente utilizada en 1969 por Milton Friedman como una parábola, en un célebre ensayo en que usó el ‘helicopter money’ para ilustrar los principios básicos (monetaristas) relacionados con la “cantidad óptima de dinero” de una economía. Posteriormente, los economistas que utilizaron esa metáfora la reformularon como una proposición de política heterodoxa para enfrentar la deflación.
La alegoría de Friedman, reinterpretada como política monetaria-fiscal, solo comenzó a llamar la atención y contar con sustento académico cuando reapareció en una conferencia en el 2002, a cargo de un entonces director de la FED, quien fuera posteriormente su presidente y por la que se lo conoce como Ben ‘Helicopter’ Bernanke. Ese año, Japón seguía sin salir de la odiosa “trampa de la liquidez” (Keynes) y, para enfrentarla, entre otras políticas posibles, Bernanke propuso la del helicóptero-monetario, entendido como una política fiscal expansiva financiada monetariamente (es decir, opuesta a la sufragada con deuda), “que es esencialmente equivalente al famoso lanzamiento de dinero del helicóptero”.
Se trataría, por tanto, de una reducción de impuestos o de un incremento del gasto público alimentado por un aumento permanente de la masa monetaria, haciendo galopar la “maquinita” del Banco Central, muy a gusto de un populista como Trump. Una variante, propuesta por muchos, aunque de difícil aplicación, consistiría en la entrega directa del dinero a los ciudadanos. Ahí, los proponentes pensaron en el caso de Japón, en menor medida en Europa y, muy a la distancia, en Estados Unidos que podrían caer en una recesión-deflacionaria.
De aplicarse tal política, tendremos que el aumento de la masa monetaria incrementaría las expectativas de inflación, con lo que –dadas las tasas de interés nominales cercanas a cero– las tasas de interés reales se tenderían a reducir, lo que estimularía la inversión privada. Asimismo, el gasto público impactaría positivamente en el ingreso, los empleos y el PBI; la reducción de la carga tributaria aumentaría el ingreso familiar y, con ello, el gasto del consumo privado. Y, dado que el programa es financiado con dinero y no con deuda, no aumentaría la carga tributaria a futuro.
¿Cómo explicar el favor que ha recibido últimamente este peliagudo esquema de financiamiento “desde el cielo”, cuando no hace mucho se decía que era una locura? Básicamente, porque no han funcionado las políticas monetarias tradicionales, ni tampoco la última de las aplicadas, ya de corte heterodoxo, conocida como “facilitación monetaria” (o ‘quantitative easing’ en inglés), que consistió en tres paquetes desesperados de emisión estrambótica de dinero sin lograr buena parte de los resultados prometidos. Es así como se abrió la posibilidad de recurrir al dinero-helicóptero como recurso de última instancia.
Teóricamente, sería aplicable al Japón, pero no políticamente, por lo que el presidente de su Banco Central la ha rechazado públicamente hasta en tres oportunidades. En Estados Unidos, por el contrario, no sería aplicable en base a las pautas básicas del proyecto, pero políticamente sí sería imaginable con el aventurado presidente electo.
Lo que más llama la atención es que hasta los economistas más ortodoxos están comenzando a argumentar a favor del helicóptero friedmaniano transformado, tales como Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, el republicano Bernanke y la actual presidenta de la FED, Janet Yellen. Así, Trump podrá sentarse cómodamente en el helicóptero-monetario, aunque solo recibirá el apoyo de Yellen si se presenta un proceso depresivo-deflacionario en Estados Unidos. Pues sí, el mundo da vueltas y bastante más rápido que los rotores del helicóptero.