El resultado del juicio político contra el presidente Donald Trump puede ser visto desde muchos ángulos dentro y fuera de Estados Unidos. Para algunos, es el claro ejemplo de la polarización que vive el país y las diferencias irreconciliables, a estas alturas de la situación, entre republicanos y demócratas. Otros dirán que se trata de una gran victoria para Trump. Y realmente lo es.
De hecho, es la más importante y medular en su quehacer político, algo que ciertamente debería aprovechar para vigorizar aún más su campaña hacia la reelección de noviembre.
Pero en el análisis frío y alejado de cualquier vinculación partidista, la lucha por sacar a Trump de la Casa Blanca ha sido una prueba de que la institucionalidad y la independencia de poderes no atraviesan su mejor momento.
Hagamos a un lado los intentos de los demócratas por demostrar el abuso de poder del mandatario al haber intentado frenar la ayuda militar, ya aprobada por el Congreso, a Ucrania. O la destacada presentación que hizo Adam Schiff, el demócrata californiano que sazonó el juicio político como fiscal del proceso, con precisiones y comentarios que, de haberse tomado en cuenta, habrían equilibrado el trámite de rigor.
Menciono este punto debido a la ausencia del exasesor nacional de seguridad de la Casa Blanca John Bolton, el hombre de quien se dice fue el primero en conocer las intenciones que tenía Trump de congelar la asistencia a Ucrania con el ardid de la investigación contra el exvicepresidente Joe Biden y su hijo Hunter.
El testimonio de Bolton hubiese sido un elemento diferencial y de primera mano, pero rápidamente fue arrinconado por el propio mandatario (desde su cuenta de Twitter, por supuesto), acusándolo de ser un exfuncionario molesto y sediento de venganza por haber sido despedido de su cargo.
El rechazo de los republicanos a los testimonios presentados en el juicio, y la insistencia de algunos miembros que argumentaron que habían escuchado suficiente no deja ninguna duda sobre los intereses políticos en juego y la sólida unidad del Partido Republicano a la hora de salir en defensa de Trump. No hace falta mencionar a todos. Con la sola figura del líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, basta y sobra.
Trump ha sido absuelto de un juicio que estuvo enmarcado desde el inicio en un caso de política exterior, pero que tuvo ramificaciones sobre el manejo de su autoridad y equilibrio como mandatario de un país polarizado hasta el tuétano.
Seamos honestos: en tres años en la presidencia, Trump ha demostrado que no le interesa llevar en armonía el manejo de la política exterior y que, al mismo tiempo, ha sido capaz, como ningún otro, de resistir a los embates de sus adversarios y funcionarios de buena fe (todavía los hay), que consideran un abuso de poder varias de las decisiones que ha tomado Trump junto con su amigo y abogado personal Rudy Giuliani. Sí, el mismo Giuliani que era visto como el político más popular y respetado de Estados Unidos, de acuerdo con un sondeo publicado en noviembre del 2006 por la Universidad Quinnipiac.
Trump utilizará ahora, y hasta la saciedad, el final y la naturaleza que tomó el desarrollo del juicio político como un arma de ataque y defensa contra el candidato demócrata que asome en la disputa electoral del 2020.
Inflexible y desafiante, Trump continuará diciendo que el juicio político fue un acto circense y una pataleta orquestada por la lideresa de la minoría demócrata en el Senado, Nancy Pelosi. Y que las voces que se oyeron, además de las que no se dejaron escuchar, no hubiesen alterado el curso final sobre su absolución.
Tomando distancia de todos los comentarios que ha hecho Trump frente a la prensa y las acusaciones que suele hacer en Twitter, el impacto de lo que fue el juicio político a su legado no irá más allá de lo que habían calculado sus adversarios.
Lo que preocupa, al final de todo, es que el peso de los testimonios en el juicio se haya ninguneado y que la voz de los principales actores que vieron el abuso de poder en la Casa Blanca, y que lo denunciaron a tiempo, no tuviesen mayor eco ni espacio de acción.
En este caso, la historia no terminará juzgando a Trump. El Partido Republicano se encargará de hacerlo.