(Foto: Anthony Niño de Guzmán).
(Foto: Anthony Niño de Guzmán).
Fernando Rospigliosi

El fujimorismo está desarrollando una estrategia que incluye adoptar posiciones cada vez más conservadoras, atacar sin restricciones a adversarios e instituciones, y comportarse de manera prepotente y arbitraria. Es decir, se está trumpizando. Solo que no tiene un líder como Donald Trump.

Esta vez, el fujimorismo ha ido más lejos que en oportunidades anteriores. El descarado ataque al fiscal de la Nación, Pablo Sánchez, y la acusación contra cuatro miembros del Tribunal Constitucional muestran que los fujimoristas prácticamente no tienen límites y que no les interesan las consecuencias políticas de agresiones tan groseras a la institucionalidad y a las reglas del juego democrático.

En el caso del fiscal de la Nación, no pueden obligarlo a desarrollar su trabajo como ellos quieren. Si bien es cierto que la fiscalía –en realidad todo el sistema judicial– tiene muchas insuficiencias y no está trabajando con la celeridad y eficacia que debería en el Caso Lava Jato, el interés del fujimorismo no es la lucha anticorrupción. Ese es solo el pretexto.

Lo que buscan es, primero, tomar represalias por las investigaciones en curso contra Keiko Fujimori, Joaquín Ramírez y familiares. En segundo lugar, amedrentar a los magistrados para que no indaguen como deberían en esos casos. Y tercero, vengarse de un accionista importante del grupo El Comercio, a la vez ex ejecutivo y accionista de una importante empresa constructora, porque consideran a este grupo periodístico como uno de los responsables de su derrota electoral y un crítico importante de sus políticas.

En el caso del Tribunal Constitucional (TC), al margen de la controvertida decisión de los cuatro magistrados acusados en el caso que le imputan, es claro, según los artículos 201 y 93 de la Constitución, que el Congreso no debería sancionarlos. El primero de esos artículos dice que los miembros del TC tienen las mismas prerrogativas que los congresistas, y el segundo establece que estos “no son responsables ante autoridad ni órgano jurisdiccional alguno por las opiniones y votos que emiten en el ejercicio de sus funciones”. Es decir, se puede discrepar de una resolución pero no sancionarlos por ello.

Aquí también hay una combinación de venganza y amedrentamiento. El TC declaró la inconstitucionalidad de la llamada ley antitránsfugas aprobada por el fujimorismo para evitar deserciones en su bancada y una posible escisión encabezada por Kenji Fujimori.

La acusación es una represalia y a la vez una amenaza. ¿Cómo podrá en adelante el TC actuar imparcialmente ante una demanda de inconstitucionalidad de una ley aprobada por el Congreso si pende sobre su cabeza la espada de Damocles del propio Congreso?

Por último, está la exigencia al presidente Pedro Pablo Kuczynski (PPK) para que reciba a la Comisión Lava Jato. Como he dicho otras veces, creo que PPK debería responder a las preguntas de esa comisión. Pero también es claro que no tiene la obligación de hacerlo.

Este comportamiento no ayuda a crear un ambiente favorable para el indulto a Alberto Fujimori. Pero esa no parece ser una preocupación del keikismo.

Muchos se preguntan ¿adónde va el fujimorismo? Parece que se va imponiendo la línea de trumpizarse, es decir, seguir el ejemplo de Donald Trump y desarrollar una política populista y ultraconservadora, despreciando y atacando las instituciones, tratando de empatar con lo que le gusta a la gente (pena de muerte, por ejemplo) y agrediendo a la prensa independiente. (Ver esta columna del 8/4/2017, “”).

Esa política fue exitosa en Estados Unidos y ha triunfado muchas veces en América Latina. Hugo Chávez es uno de los ejemplos de la historia reciente (los populistas pueden ser de izquierda o derecha).

El problema es que para que esa estrategia sea exitosa se necesita un líder populista que la encarne y ¡ellos no lo tienen! Keiko Fujimori carece de esas características. Es lo opuesto a un Trump o a un Chávez. No es verborreica, en sus apariciones públicas se ciñe a un libreto aprendido y ensayado, carece de la espontaneidad, el descaro y la desfachatez de los caudillos populistas para mentir e insultar a todos los que no concuerdan con ellos. (No es que no mienta o no insulte, todos los políticos lo hacen alguna vez, pero hay una enorme distancia con Trump o Chávez).

La trumpización del fujimorismo es, entonces, una apuesta muy arriesgada y con muchas probabilidades de fracasar.