Una encuesta de Ipsos Perú de abril mostró que la ciudadanía peruana no tiene entre sus prioridades impulsar una asamblea constituyente. De hecho, solo el 7% de la población encuestada se identificó con esta opción, siendo la prioridad de los ciudadanos la lucha contra la delincuencia y la inseguridad ciudadana (43%).
La semana pasada, en esta misma columna, explicaba la gran influencia que Twitter tiene en el país respecto de la definición de una agenda política. Dicho esto, conviene preguntarse si las charlas y los contertulios de esa red podrían darle sentido de urgencia a la organización de una asamblea constituyente en el Perú o si esa posibilidad es un desvarío mío.
Vayamos por partes y cucharadas. Primero, empecemos por reconocer que entre los peruanos existe un alto consumo de información proveniente de redes sociales en general y que, además, esa información no proviene –siempre– de fuentes confiables, induciéndonos al error. Lo que resulta de esta situación es un país con el índice más alto de riesgo de #infodemia en América Latina, según un estudio reciente del Observatorio Latinoamericano de Regulación de Medios y Convergencia.
Esto, en términos prácticos, significa que solo una de cada tres personas sabría distinguir entre una noticia real y las llamadas ‘fake news’.
El mismo estudio reveló que los peruanos tendrían, en términos generales, un alto nivel de confianza hacia las redes sociales, llegando a igualarlas en credibilidad a otros medios tradicionales como la radio (28% de confianza en redes sociales y 29% en la radio).
Además, Twitter no es solo atractivo para los ciudadanos, sino también para los ‘mass media’ en general –aquí y allá–, considerando que algunos estudios han definido que alrededor del 40% de los temas que se posicionan como tendencia (‘trending topic’) en esta red son llevados a medios tradicionales en forma de noticias, independientemente de su veracidad o falsedad.
Segundo, dado que Twitter favorece la discusión bajo la comodidad del anonimato o de cualquier avatar creado –personalidad alternativa– es frecuente que las charlas ahí se caractericen por altos niveles de emocionalidad, cuando no de una intensa vehemencia.
Es tan fuerte la carga emocional que se dispara en Twitter, que más de una vez algún notable o persona sensata ha trastabillado para terminar convirtiéndose en la peor versión de sí misma. Como decía Pablo Ordaz en “El País” de España: “Twitter es una máquina muy eficaz para atacar al contrario, y casi perfecta para arruinar la propia imagen”.
Y esto cuando se trata de gente de verdad. Porque otra evidencia clara de la interacción en Twitter lo equipara a un terreno fácil para el uso de cuentas anómalas, sean estas manejadas por personas o por algún robot.
Tercero, no hay que dejar pasar por alto el poder de los hashtags y los memes, o esas maneras tan básicas y pegajosas de influir en la moderación de las charlas en las plataformas sociales.
Estas tres razones me llevan a pensar que sí es posible influir en el debate público a favor de la organización de una asamblea constituyente desde las redes sociales apelando a los mensajes de odio o a las cuentas de troles u odiadores –'haters’–, torciendo la opinión que hoy se recoge en las calles.
Como ya he explicado antes, hace mucho tiempo que Twitter dejó de ser ese lugar amable de socialización digital que antaño nos ofrecía interacciones valiosas y un ticket de ingreso a esa aldea global que es Internet. Entonces, es clave ponerle más atención al tipo de debates y al origen de las informaciones que circulan en las redes sociales, pues con un poco de maña, buen conocimiento de las reglas de moderación y targeting de contenidos, un repunte en la popularidad de un tema que hoy no es prioridad –la asamblea constituyente, por ejemplo– podría escalar prontamente en las preferencias y volver real lo que antes era virtual.