Maite  Vizcarra

Hasta enero del 2022, Brasil era el país latinoamericano con más usuarios de , con un total de aproximadamente 19,05 millones de usuarios activos válidos. Le seguían México, con casi 14 millones, y Argentina, con 6 millones de usuarios. Respecto de estos números, el ostenta un total de 2,2 millones de usuarios activos válidos (Statista).

Además, como consecuencia del confinamiento producido por la pandemia del COVID-19, el consumo de plataformas digitales se disparó en general, siendo Twitter la de mayor crecimiento, que aumentó en un 83% tanto en alcance como en el tiempo que los usuarios peruanos le destinan, en comparación con el 2020, siendo el crecimiento más grande de la región latinoamericana.

Los guarismos sirven para mensurar el impacto de esta red social que, aunque es aún moderada respecto de otros países en la región, se ha convertido en clave para el Perú en la creación de corriente de opinión, resonancia, pero, sobre todo, de participación ciudadana.

Por ejemplo, ha sido Twitter la red social que le permitió a un candidato aún desconocido –Rafael López Aliaga– generar un posicionamiento relevante en las últimas elecciones vía el uso de memes del personaje ‘Porky Pig’ y hashtags alusivos. Twitter ha facilitado, también, la movilización de la población en protestas sociales de variado alcance vía sus populares “tuitazos”. También es Twitter el lugar que el otrora presidente del Consejo de Ministros Guido Bellido recomendaba seguir a los militantes de Perú Libre para “que participen en la lucha política”.

Y es que esta red social ofrece oportunidades para que los usuarios políticamente interesados, pero no militantes, se conviertan en actores integrales dentro de la esfera del discurso político. Porque Twitter les permite a los ciudadanos casuales observar conversaciones de la clase política y, si lo desean, hasta participar en esas conversaciones.

Aunque la clase política se autorreferencia, cada vez más interactúa con otros usuarios y, muy a menudo, incluye sus puntos de vista en el debate, retuiteando o refiriéndose a ellos.

Esta realidad permite concluir que la intuición de Bellido no solo era correcta, sino que buscaba capitalizar el valor más relevante de esta plataforma social: el ensamblaje de narrativas.

La misma percepción ha tenido el magnate tecnológico Elon Musk, que en sus propias palabras explicaba recientemente, a propósito de la compra de esta plataforma, que “Twitter es la plaza pública digital donde se debaten asuntos vitales para el futuro de la humanidad”.

Musk, un visionario tecnológico e influyente creador de disrupciones sociales, ha justificado su interés en hacerse de este espacio digital por su apuesta por fortalecer lo que algunos consideramos la piedra de toque de la democracia: “la libertad de expresión es la base de una democracia funcional”.

Vistas así las cosas, hoy una gran porción de lo que percibimos como democracia global le pertenece a un empresario que, con la mejor buena fe –habrá que creérsela–, busca seguir legando innovaciones fundamentales a toda la humanidad.

Eso no quita que no reconozcamos el enorme poder que hoy recae en las manos de Elon Musk. Tanto poder asusta y también llama a la reflexión, pues, aunque Twitter es un negocio, una plataforma de comunicación privada, es innegable que actualmente tiene un impacto trascedente en la política global y local del siglo 21.

Más allá de las mejoras que Musk vaya a impulsar en el nuevo Twitter, sobre las que seguramente no tendremos mayor influencia, sí es cierto que muchas naciones están empezando a buscar con más interés formas de participar en foros de regulación global que les permitan modelar la utilidad de la red social en sus respectivas realidades.

Ya le toca al Perú, mediante su Cancillería, desarrollar con más ahínco vías para atender estos foros y, en la medida de lo posible, entender cómo y en qué magnitud pueden mejorar la experiencia de eso que llamamos Democracia. Con más razón en épocas de tecno-política.

Maite Vizcarra Tecnóloga, @Techtulia