Las recientes muertes, en un intervalo de ocho días, de Mijaíl Gorbachov y la reina Isabel II dejan una sensación de cambio de era. Recordaba en mi última columna (27/8/22) al “hombre más solitario del mundo”, último no-contactado amazónico en Brasil, sin saber que había sido encontrado muerto días antes. Cité también a Borges: “En el tiempo hubo un día que apagó los últimos ojos que vieron a Cristo”. ¿Qué últimas cosas vieron los ojos de los finiseculares líderes recientemente fallecidos? Pacifistas ambos, y cultores del ‘soft power’ (poder blando); Isabel II recibió en 1952 la corona de un imperio, que se convirtió en su reinado en mancomunidad –'Commonwealth’–, hoy acaso en lento proceso de declive (Barbados acaba de salir, y se especula que Belice, Australia y Jamaica le sigan). Gorbachov, por su parte, fue el gatillador, acaso involuntario, del fin del imperio soviético, el cual quiso reformar y no necesariamente destruir.
¿Muere con ellos, entonces, el viejo imperialismo? Difícilmente el ruso, si tenemos en cuenta a Vladimir Putin y su cruenta invasión –aún en curso– a Ucrania. Por lo demás, China se proyecta también como un poder imperial, muy a su manera. Su global ‘influencia soft’ –sobre todo económica–, sobre todo en África y América Latina (en el Perú aún no calibramos la gravitación del megapuerto que unirá el “eje Shangái-Chancay”), no excluye otros usos más agresivos, como el que Yuval Noah Harari llama “imperialismo de datos” (extracción de información privada de ciudadanos), o incluso una eventual toma militar de Taiwán, que asoma como posibilidad en sus pronunciamientos por el viaje de Nancy Pelosi a esa isla.
Xi Jinping es, por cierto, sobrio y cerebral, como buen “aristócrata” (del Partido Comunista). En Lima, con ocasión de la cumbre APEC 2018, y específicamente en el Gran Teatro Nacional –donde estuvieron también Putin y Obama–, se apropió (retóricamente) de dos grandes banderas globalistas que, con la elección de Trump, EE.UU. abandonaba: el medioambientalismo y el libre comercio internacional. Pero Xi concentra cada vez más poder: China se enriquece, se tecnologiza y se arma, y ha abolido las limitaciones a la reelección adoptadas tras los sangrientos desvaríos de Mao, atribuidos a su demencia senil. En Rusia se especula sobre la lucidez de Putin, cuyo autoritarismo muchos comparan ya con los zares y con Stalin. El ‘rusólogo’ Stephen Kotkin explicó a “The New Yorker” que es el cargo el que moldea el carácter de ambos, y no al revés, porque Rusia es una potencia que se siente merecedora de un gran poder mundial, aunque sus recursos y capacidades no le permiten tenerlo.
Otro factor que da forma a los liderazgos es lo que en su libro “The Paradox of Democracy” Zac Gershberg y Sean Illing llaman la “ecología mediática”. La radio, la televisión –cada una en su momento– y ahora Internet y las redes sociales determinan cómo interpretamos el mundo y qué demandamos de los políticos. Así, Abraham Lincoln jamás hubiera sido presidente con radio o televisión. Inversamente, Trump, Bolsonaro o Bukele no podrían haber triunfado en democracias pre-tuiteras. Incluso Gorbachov, con su breve actuación en “So weit, in der Nähe”, la película del alemán Wim Wenders y en el famoso comercial de Pizza Hut, y la reina, con sus lúdicas apariciones con personajes del entretenimiento como James Bond y (nuestro supuesto compatriota) el oso Paddington, sucumbieron a la tentación ‘massmediática’. No sorprende que –con excepciones como Xi– el histrionismo y la falta de ‘gravitas’ sea hoy distintivo de líderes que van desde Pedro Castillo hasta Boris Johnson, pasando por AMLO, Cristina Fernández y Bolsonaro (guardando, por cierto, las distancias entre cada uno).
Así, pues, como los medios evolucionan más rápido que la política, durante los períodos de transición entre distintas tecnologías de la comunicación, como los actuales, se generan cambios particularmente desafiantes –y peligrosos– para la democracia. Según Martin Wolf, columnista del “Financial Times”, la elección de Trump en el 2024 implicaría, casi indefectiblemente, la instauración del autoritarismo iliberal y antidemocrático en EE.UU. Por ello, parece imperativo repensar la democracia para que recupere su carácter reflexivo, representativo y fiduciario en tiempos en que la ecología mediática empuja hacia lo contrario y parece poner nuestro destino en las peores manos.