Las constantes malas designaciones de altos funcionarios, la campante corrupción y la irresponsable rotación y copamiento de puestos públicos clave parecen formar parte de nuestro día a día y vienen golpeando la frágil imagen que tenemos del funcionario público y del servicio civil. Sin embargo, esto es muy injusto. De manera paralela, existen en nuestro país funcionarios públicos –normalmente en puestos de menor nivel– que con humildad y sacrificio mejoran la vida de los peruanos. Cómo olvidarnos de la entrega de esos miles de médicos y personal de salud que fallecieron luchando contra el COVID-19, esos burócratas que con honestidad y tesón trabajan largas jornadas en ministerios y organismos estatales para lograr pequeños avances en las políticas públicas, esas enfermeras que deben viajar extenuantes trayectos para llevar vacunas y controles médicos a poblaciones alejadas. Y es que es así, los malos funcionarios públicos representan no solo una afrenta a todos los peruanos, que deben sufrir las consecuencias de esos malos nombramientos; sino también de los empleados estatales buenos y honestos.
A veces olvidamos con facilidad el papel central que pueden cumplir los funcionarios en el complejo engranaje de la provisión de servicios públicos de calidad. Y es que no parece evidente el impacto que un buen o mal funcionario público puede tener sobre la vida cotidiana de los peruanos, en especial de los más vulnerables. Pensemos en un ejemplo concreto. En estos poco más de diez meses de Gobierno, hemos tenido cinco ministros distintos de Desarrollo Agrario y Riego. Esta enorme inestabilidad explica el retroceso en la gestión del sector. No llama entonces la atención que Agro Rural haya tenido muchos problemas para adjudicar la licitación de fertilizantes, que fue declarada desierta hace una semana y que, al parecer, acaba de ser adjudicada a un grupo brasileño. Ahora toca esperar que la entidad estatal sea capaz de distribuirla convenientemente entre los agricultores. Para comprender por qué esto es importante, basta con recordar que el Perú sufre actualmente un déficit de 180 mil toneladas de urea, principal fertilizante (no olvidemos que el 43% de los fertilizantes que se emplean en el Perú provienen de Rusia, por lo que la guerra ha complicado el suministro). Los agricultores deben tener fertilizantes para la nueva campaña agrícola, que empieza en agosto, o se agravará la crisis alimentaria. Sin una distribución estatal eficiente de fertilizantes, corre en riesgo la producción agrícola y, por tanto, la seguridad alimentaria de los menos favorecidos de nuestra sociedad. En pocas circunstancias nos puede quedar tan claro la importancia y el impacto de las decisiones que tomen los funcionarios públicos.
Podemos, además, ponerle números al costo que representan para el país los funcionarios públicos corruptos. A fines del 2021, la Contraloría General de la República identificó que cerca de ocho mil funcionarios y servidores públicos tenían una presunta responsabilidad en hechos irregulares. Se calcula que esto causó un perjuicio económico al Estado por cerca de 2.500 millones de soles.
Estas malas experiencias nos recuerdan que, entre las principales deudas que aún tenemos como nación, se encuentra la construcción de un Estado en sus diferentes niveles capaz de ejecutar con capacidad y transparencia obras al servicio de la mayoría y, de esta manera, transformar los mayores recursos en bienestar. Durante décadas hemos volteado el rostro al presenciar los altos niveles de corrupción e ineficiencia de los gobiernos subnacionales. Hoy, en lugar de avanzar, pareciese que retrocedemos y vemos cómo ciertos vicios que creíamos propios de provincias lejanas, forman ahora parte del quehacer nacional. Pagamos entonces también por nuestra indolencia. Ocurría lejos, no nos tocaba. Sin embargo, soy optimista y estoy convencido de que los peruanos podremos darle vuelta a la situación. Si a alguno de nosotros hacia finales de la década de los 80 nos hubiesen dicho que el Banco Central de Reserva se volvería una institución respetada por todos, nos hubiésemos echado a reír. Pero ahí lo tienen. Los peruanos lo logramos, solo que tuvimos que estar cerca al abismo para reaccionar y trabajar en una sola dirección. Lo mismo se puede decir de diferentes islas de eficiencia estatal que hemos logrado generar a lo largo de los años. Por eso, hoy que campean muchos funcionarios públicos mediocres, les digo a los jóvenes ávidos por entregar su esfuerzo en favor del bien común, que su tiempo llegará pronto. Ese día tocará reconstruir la función pública y así lo haremos. Y le haremos justicia a los que, agazapados, siguen aún luchando por un Perú mejor.