Dos poderes del Estado, el Congreso y el Ejecutivo, involucrados en una pelea infantil haciendo de la Constitución un juguete que se manosea a discreción y que se emplea como arma arrojadiza de mutua agresión. Esta es la calamidad engendrada por Martín Vizcarra y su ahora primer ministro al cerrar ilegalmente el Congreso. El nuevo, elegido en la antesala de las elecciones del próximo año y bajo la insensata y populista prohibición de reelección, se ha convertido en lo que es: un ente poblado por demagogos, populistas, ignorantes, irresponsables y pícaros. Ellos, junto con el Gobierno, están enterrando el progreso del Perú. Todo esto era previsible para cualquier observador medianamente informado (ver mi columna en este espacio: “De la incertidumbre al caos” 3/10/19).
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