Jaime de Althaus

es el ejemplo perfecto de cómo políticas intervencionistas y estatistas pudieron hundir al que alguna vez fue el país más rico del mundo y llevarlo a tener un 40% de pobres. Pero siempre fue un misterio cómo un pueblo educado hubiera seguido votando por el partido y las políticas que lo atrasaron cada vez más, y no entendiera que no puede tener un Estado equivalente al 38% del PBI sin generar riqueza que lo sostenga. Parte de la explicación puede estar en una adicción social a subsidios y ayudas que atienden increíblemente al 52% de la población (“La Nación” 26/12/22, encuestas EDSA y UCA), configurando un círculo perverso de mayor pobreza - mayor dependencia del Estado - mayor pobreza…

Por eso, es asombroso y esperanzador que un país con ese nivel de adicción al populismo económico haya votado en una proporción expectante por un candidato que ofrece demoler todo ese sistema malsano, sin concesión alguna a lo políticamente aconsejable. Es que su campaña se mueve directamente en el terreno de la batalla cultural. Con una retórica por momentos brutal, dinamita los símbolos y conceptos más arraigados del consenso político y social de los argentinos. Sus misiles apuntan directamente al núcleo del peronismo cultural y a la noción misma de un Estado falazmente redistribuidor, que solo empobrece. La prueba –señaló – es que, en los últimos 50 años, el Estado se triplicó, mientras que el número de pobres se multiplicó por ocho.

“La verdadera redistribución del ingreso fue desde los que laburamos a los parásitos de los políticos”, fustigó en otra oportunidad. Es un populista liberal. Divide a la sociedad entre los que trabajan y la casta de los políticos, los sindicalistas y otros. Profundo conocedor de la escuela liberal austríaca, usa esa herramienta para atacar a los rentistas, que viven a costa de los que producen y los empobrecen. Una mezcla letal y única entre purismo académico y populismo flamígero.

No obstante, el triunfo de Milei no será fácil, porque el peronismo querrá asustar a la población con la supuesta hecatombe social que producirían algunas de sus propuestas más radicales. Pero si llegara al poder y cambiara Argentina, sin duda instalaría un nuevo paradigma en América Latina. El populismo liberal tiene la ventaja sobre el socialista de que es económicamente sostenible, lo que, de paso, reduce –no elimina– la tentación autoritaria de concentrar el poder, algo que para el populismo socialista es condición de supervivencia.

El Perú no tiene el 180% de inflación que podría llegar a tener Argentina en octubre, ni tenemos un déficit fiscal de 4,5% del PBI como el que tendrá ese país este año, de modo que no alcanzamos el nivel de desesperación y zozobra que engendra un ‘outsider’ liberal antisistema, pero la economía ya no crece y la pobreza se incrementa año a año. En teoría, sin embargo, la retórica de la división entre los que trabajan y los parásitos podría prender, considerando que la gran mayoría informal en el Perú se esfuerza y trabaja duramente pero no puede crecer más allá de cierto punto porque los burócratas e inspectores del Estado la extorsionan y le ponen trabas, y una casta política y sindical ha creado normas que solo los grandes pueden cumplir y beneficios laborales que son pagados con la exclusión de las mayorías.

El Perú también necesita una reingeniería profunda, pero quizá la angustia económica no sea aún tan aguda como para romper los tabúes y la resistencia de la “casta”, como pudimos hacer en los 90 luego de la hiperinflación. Nuestro Milei tendría que ser aun más elocuente. Acaso más fácil sería que el ‘outsider’ emerja por el lado de la inseguridad ciudadana, ofreciendo mano dura. Un Bukele, más que un Milei. Veremos.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Jaime de Althaus es analista político