“Lo ideal, sin duda, es que cada trabajador aporte un porcentaje de sus ingresos laborales a un fondo que sea parte de su patrimonio”. (Foto: USI).
“Lo ideal, sin duda, es que cada trabajador aporte un porcentaje de sus ingresos laborales a un fondo que sea parte de su patrimonio”. (Foto: USI).
Juan José Garrido

La lógica detrás de un fondo de es, en simple, proveer de ingresos a la familia de un trabajador luego de que este decide retirarse. Esto, que parece evidente y no debiera estar en discusión, es eclipsado en el debate local de muchas maneras que han terminado desvirtuando lo que, otrora, hubiese sido un importante avance en la responsabilidad fiscal del país y de los peruanos en general. Las administradoras de fondos de pensiones () se establecieron bajo dicha lógica, aunque rápidamente terminaron sirviendo a otros intereses.

Hoy, luego de múltiples modificaciones a la ley que creaba el sistema, más que un fondo de pensiones lo que tienen los “afepistas” es un fondo de ahorro compulsivo al que pueden acceder a los 65 años. No es, pues, ni de cerca un fondo destinado a proveer los ingresos que mes a mes requiere la familia de un jubilado. Dado el interés del actual por seguir amputando los fondos, todo apunta a que pronto estaremos observando la creación de un nuevo sistema de pensiones (la comisión encargada ha establecido que un organismo público lo gestione), y no debe sorprendernos que el mismo venga con una importante carga “social” y compensatoria.

Si de diseñar un sistema de pensiones adecuado se trata, empezamos con un serio problema. A saber, el alto grado de (hoy, entre un 75% y 80% de la fuerza laboral). Esta realidad supone una barrera casi infranqueable para la instalación de un sistema puro de aportes individuales. Mientras solo un 25% de la población pueda, en efecto, aportar a un fondo, existirá una presión creciente por parte de la clase política populista para convencer a ese otro 75% de trabajadores independientes e informales de participar de dicha piscina de recursos. Pasó en Argentina y es a lo que apuntan algunos en Chile y en el Perú.

Lo ideal, sin duda, es que cada trabajador aporte un porcentaje de sus ingresos laborales a un fondo que sea parte de su patrimonio. Por un lado, el fondo crece junto a sus ingresos (con lo que, al retirarse, podrá satisfacer buena parte de sus necesidades), y por el otro, es un fondo que servirá a su cónyuge o a sus dependientes en caso de que fallezca.

Existen algunos factores que pueden robustecer (o debilitar) el sistema. Para empezar, ¿es imprescindible que los fondos de administración sean locales? (en el caso de los seguros médicos privados, uno puede contratar una empresa foránea). ¿Por qué los fondos están obligados a invertir una parte localmente? (asumiendo el riesgo-país).

Es imprescindible que los peruanos cuenten con fondos de pensiones y con un sistema que sea autofinanciable. Ello no solo reduce la capacidad de desbordar la caja fiscal (un ejemplo regional es Brasil), también ordena los incentivos y externalidades sociales. El problema debería ser discutido y articulado pensando en el objetivo central. De esto depende que sea no solo útil para los jubilados, sino aceptado socialmente en el futuro.