La magnífica serie “La sucesión”, que puede verse en HBO, es una exploración minuciosa de todas las banalidades, intrigas y mezquindades que abundan en la poderosa familia de los Roy. El patriarca de la familia, Logan Roy (interpretado por el gran actor shakesperiano Brian Cox), es el jefe (aunque cabe discutir esta palabra) de un clan dueño de un conglomerado mediático en 50 países. Desde lugares distintos, los hijos de Roy (Kendall, Roman, Shiv y Conan) parecen estar disputándose siempre la herencia del imperio. Todo en esta serie parece reflejar los botines en disputa: yates largos, edificios de cristales luminosos, aviones privados, cuentas bancarias siderales. Reconocimiento, poder y fortuna. Todos los personajes resultan mezquinos y ambiciosos, aunque cada uno lo es de un modo distinto.
El creador de la serie, Jesse Armstrong, cuenta que, en noviembre del 2016, poco antes del inicio del rodaje, todo el equipo se reunió en una casa esperando los resultados de la elección presidencial de Estados Unidos. Estaban seguros de que iba a ganar Hillary Clinton. El resultado fue el conocido. Descorazonados, todos salieron a caminar por los alrededores. Al regresar, uno de los miembros del equipo dijo sobre la noticia: “Malo para la humanidad, bueno para contar nuestra historia”. Aunque la serie no hace alusión alguna a Trump, sus personajes parecen criados en el ala radical del Partido Republicano. Según reportes periodísticos, la historia del millonario de los medios Rupert Murdoch les sirvió de inspiración.
Pero los creadores también se inspiraron en “Crimen y Castigo” de Dostoievski, la historia de Roma en tiempos de Nerón y en especial en Shakespeare, cuyo “Rey Lear” flota sobre muchos episodios (Brian Cox ha interpretado el papel del padre de Cordelia numerosas veces).
En “La sucesión”, la riqueza aparece como un instrumento que deforma la realidad, una fuente natural de crueldad. En uno de los primeros episodios, Roman, uno de los hijos (interpretado por Kieran Culkin), está en un parque asistiendo a un juego de béisbol disputado por unos niños. Roman se acerca a uno de los jugadores y le ofrece un millón de dólares si logra un jonrón. El niño mira a sus padres y le pregunta a Roman si está diciendo la verdad. Roman le escribe un cheque y se lo muestra. El niño le da a la pelota con el bate y corre. Llega a destiempo. Roman le dice que lo siente y le rompe el cheque en la cara.
Pero no lo pueden todo. En una entrevista, Armstrong se ha referido a las situaciones que los poderosos no pueden resolver. Una de ellas es estar atascados en el tráfico, algo que ocurre con frecuencia en la serie.
“La sucesión” ha sido bautizada como perteneciente al género de pornografía de la riqueza (‘wealth porn’). Al verla, he recordado una breve conversación entre dos escritores. Cuando Scott Fitzgerald le dijo a Ernest Hemingway que los ricos eran diferentes del resto, el escritor de Illinois le contestó: “Sí, tienen más dinero”.
“La sucesión” es un éxito mundial y la tercera temporada ya se ha anunciado para el 18 de octubre. Uno puede preguntarse por qué tiene tanto éxito una historia con tal unanimidad de personajes siniestros. Creo que una respuesta es que, en la era de las desigualdades, abusos de poder y brechas sociales que vivimos, esta serie muestra a los poderosos como seres mezquinos, banales y ridículos. Es casi un desagravio para la mayor parte del mundo. Tragedia y comedia, la serie compensa a las inmensas mayorías que podemos ver a los habitantes desnudos y patéticos del imperio. Otra razón, más importante, es que cuenta una buena historia.
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