Conocí a Iván Rodríguez Chávez en 1996, cuando fue elegido por primera vez rector de la , durante un almuerzo en el club árabe, donde también estuvo mi padre. Antes de esa reunión, Iván había invitado a mi padre para que se instalara en la universidad que tiene el nombre del gran tradicionalista. El Instituto de Investigaciones Filosóficas que él había creado en otra universidad particular, por una decisión controversial e injusta, jubiló a mi padre. Esta decisión de Iván formaba parte de su “política de jales”, que consistía en incorporar a la universidad a destacados intelectuales que, por sus conocimientos, trayectoria docente y producción académica, contribuían a enriquecer el saber y la cultura peruana. Por eso, cuando iba a dictar mis clases en la maestría de Ciencia Política, en diversas oportunidades me encontraba en el patio de la universidad con Estuardo Núñez y Manuel Pantigoso, reconocidos escritores y profesores de literatura; también con José Matos Mar, autor del emblemático libro “Desborde popular”, a quien conocí cuando yo era niño; y con Aníbal Quijano, autor de los conceptos de la colonialidad del poder y del saber.

Iván siempre creyó que una buena universidad depende de la calidad académica de sus maestros y que ello, como es lógico, contribuye con su buena imagen. Tenía razón. Pero, además, con lo que más contribuyó para que la Universidad Ricardo Palma ocupe un sitial importante en el concierto de la universidad peruana fue con su condición de trabajador incansable y su entusiasmo para convertirla en un gran centro cultural, un espacio para la difusión del conocimiento, la investigación y la docencia de calidad. Fue un promotor de publicaciones sobre diversos temas, un difusor de libros y de la lectura; por eso, creó la editorial universitaria tanto de la Universidad Ricardo Palma como de la Asamblea Nacional de Rectores.

Iván Rodríguez, que en 1940 nació en Cajamarca, tenía la vocación de maestro enclavada en el corazón y el cerebro. Tanto que lo primero que estudió fue pedagogía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde fue un notorio dirigente estudiantil, y luego se animó por el derecho. Su producción intelectual es una interesante combinación de obras pedagógicas, jurídicas y literarias. Esta producción le valió varios reconocimientos académicos nacionales e internacionales, habiendo sido, hace solo unos meses, incorporado como miembro de número de la Academia de la Lengua Española de nuestro país. Pero Iván tenía otra virtud: su gran capacidad para la gestión. Desde el rectorado se dedicó a administrar una universidad que, cuando se estaba yendo al garete, él, como buen timonel que fue, supo dirigir el barco con buen rumbo, fijando metas claras. Sin embargo, más allá de la laboriosa gestión cotidiana de un rector, Iván le imprimió a la universidad una filosofía humanista. No creía en las universidades especializadas y, aunque reconocía que la formación de especialistas es importante, siempre apostó por una universidad académica, de aquellas que abarcan la totalidad del conocimiento.

Tuve muchas reuniones con él para tratar temas universitarios y otros asuntos de interés nacional, porque siempre estuvo preocupado por lo que pasaba en el Perú. La última vez que lo vi fue durante un almuerzo en un chifa próximo a la universidad que tanto quiso, para tratar temas relacionados con la maestría y el doctorado en Ciencia Política en el que también participó el profesor Estanislao Villasante. Creó la Facultad de Derecho y Ciencia Política que, con acierto, fue dirigida por el abogado y reconocido constitucionalista arequipeño Magdiel González. Un aporte fue su idea de que el conocimiento debe ser universal, pues esta universidad tiene reconocidas facultades como la de arquitectura, lenguas modernas, medicina y psicología, e incluso un museo paleontológico que lleva el nombre de la paleontóloga Vera Alleman. Cuando en el 2001 le propuse la creación de la maestría en Ciencia Política, se entusiasmó. Esta empezó a funcionar en el 2003 con destacados profesores y profesoras, pero fue mi sorpresa que él siendo rector se inscribiera como alumno y, pese a lo recargado de su trabajo, se tomara un tiempo para asistir a las clases. Tuvimos una gran amistad. Siempre me animó a investigar y publicar. Lo hacía con otros profesores. Se le extrañará no solo por lo que hizo como intelectual y rector, sino también como amigo.

De Iván podemos decir lo que en alguna oportunidad me dijo el reconocido escritor pacasmayino Eduardo González Viaña: “Si el Perú hubiera sido gobernado como Iván Rodríguez Chávez dirige la Universidad Ricardo Palma, el país estaría mejor”.

Francisco Miró Quesada Rada es Exdirector de El Comercio

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