A un año de las inscripciones para las elecciones del 2016, la encuesta de intención de voto que publicará El Comercio el domingo es aguardada con especial expectativa. Ipsos solo ha hecho una encuesta similar en el ámbito urbano-rural, en julio de este año, y sus resultados mantenían la tendencia de mediciones previas: lideraba Keiko Fujimori, seguida de Pedro Pablo Kuczynski, Alan García, Alejandro Toledo y César Acuña. Esa encuesta incluyó como posible candidata oficialista a Ana Jara y la jefa del Gabinete recibió el respaldo de apenas el 2% de los electores. Acababa de ser nombrado Daniel Urresti como ministro del Interior y su energía y locuacidad ya habían tenido un impacto favorable en la imagen gubernamental, pero todavía era prematuro especular sobre su posible candidatura presidencial. El Perú, sin embargo, es el país de los ‘outsiders’ y, como su nombre ya circula en la calle, toca medirlo en las encuestas.
La expectativa despertada por Urresti no debería llamar la atención. Gran parte del voto por el comandante Ollanta Humala en el 2016 fue por la esperanza de recuperar el orden público que alentaba su trayectoria militar. La expectativa resultó pronto frustrada ante el incremento de la delincuencia y el crimen organizado. Ahora, que la calle vocifera asustada y tiene miedo, como dice Aldo Miyashiro, la insurgencia de un hiperactivo y efectista general con vocación de sheriff lleva a la calle a sentir que, por fin, alguien hace algo para combatir la inseguridad.
Si el general Urresti supera la valla del 5% en la encuesta de intención de voto, no cabe duda de que despertará resquemores en todo el espectro político. El mediático ministro del Interior tendrá que evaluar entonces, con frialdad, tres alternativas. La primera es obvia: aspirar a ser el candidato del oficialismo en el 2016. La segunda no ha sido mencionada hasta ahora, pero es una opción real: aceptar la probable invitación de alguno de los 20 partidos inscritos y convertirse en el candidato de una nueva coalición de independientes, para usar la certera expresión del politólogo Mauricio Zavaleta. La tercera, la más responsable: dedicarse a su cartera ministerial hasta el final de su gestión.
La primera alternativa supone lidiar con los celos de la pareja presidencial que, como ya ha sido observado, pueden ser muy profundos. Como candidato oficialista, Urresti podría ser una buena locomotora para llevar nacionalistas al próximo Parlamento, pero si su resultado electoral fuese muy bueno –digamos, mayor al 15%–, habría nacido una estrella y eso es algo que a los fundadores de ese partido les costaría muchísimo tragar.
La segunda alternativa –la candidatura independiente– conlleva otros riesgos para Urresti. Pronto se haría evidente la improvisación de su lanzamiento y la falta de planes y cuadros técnicos. Sin embargo, para un sector del electorado cansado de las opciones tradicionales y angustiado por la inseguridad podría resultarle una apuesta atractiva. Tendría que prepararse para una guerra sin cuartel. Las sospechas sobre su participación en el asesinato del periodista Hugo Bustíos en Ayacucho le saltarían a la yugular.
La tercera opción luce menos seductora, pero es la que le daría mayor reconocimiento en el largo plazo: dedicarse a fondo a su responsabilidad como ministro del Interior y procurar pasar del efectismo a la efectividad en la lucha contra el crimen organizado y la delincuencia. Su elevada popularidad inquieta a políticos del gobierno y la oposición, pero si se decanta hacia el profesionalismo, al estilo del respetado ministro de Educación, Jaime Saavedra, podría impulsar una auténtica renovación y modernización de la Policía Nacional; con lo que realmente pasaría a la historia.
Todavía hay mucho pan por rebanar y la eventual captura de Martín Belaunde Lossio, el amigo de la pareja presidencial, podría ser un hito en este proceso. Al mismo tiempo, no se puede descartar que el estallido de una mina política interrumpa el vehemente trajinar de Urresti y lo deje fuera de la carrera electoral. No obstante, si el general decide entrar en política y logra sobrevivir en el intento, la ciudadanía y sus eventuales aliados deberían poner especial atención en sus convicciones democráticas y su compromiso con las instituciones. La historia de América Latina está llena de líderes populistas y autoritarios que han llegado al poder para enquistarse en él.