“Ventanilla: buscando un culpable”, por Pedro Ortiz Bisso
“Ventanilla: buscando un culpable”, por Pedro Ortiz Bisso
Redacción EC

La historia de cada una de las víctimas del accidente de Ventanilla le da una hondura más dolorosa a la tragedia.

Los esposos que murieron destrozados con su niño en un mototaxi; el empresario que esa mañana subió a la camioneta que momentos después se convertiría en su ataúd; el policía que se ganaba unos soles trabajando con el serenazgo y que ese día, ese maldito día, terminaría su existencia atrapado en medio de un amasijo de fierro y caucho.

O la del chofer, el atribulado hombre que a pesar de la dimensión de la desgracia, de tantas vidas segadas, de tantas familias envueltas en la desesperación y el luto, terminó prácticamente ileso. Y en ese indescriptible trance, consciente del indeseado papel que el destino, o quien fuera, le encargó protagonizar, tuvo fuerza para reconocer el tamaño al que ha quedado reducida su existencia: “Quizá mucha gente quisiera que yo esté muerto y quizá eso hubiera sido lo mejor”.

Al momento de escribir estas líneas, el rito propio de los dramas de este calibre se cumple línea por línea –o para estar a tono con la modernidad, píxel por píxel– en los diferentes medios de comunicación: compungidas autoridades que acuden presurosas a los hospitales o, mucho mejor, a los programas de televisión a hacer público su pésame a los deudos y prometer cuantiosa ayuda (esa que a veces nunca llega); y que, tras ese instante de ensayada afectación, mudan sus rostros a talantes desafiantes para exigir durísimas sanciones para los responsables, con índices enhiestos y la firmeza de voz que el tamaño del drama exige.

Porque, y esta es acaso la característica fundamental de este rito, nunca veremos a un funcionario o a un representante de alguna entidad reconociendo un centímetro de culpa o intentando una explicación sincera de lo que realmente ocurrió. La responsabilidad siempre es de otro, en este caso, la municipalidad distrital, el concejo provincial, el gobierno regional, la policía, el Ministerio de Transportes, el propietario del camión, el chofer y otros etcéteras conocidos.

En tanto, los indignados vecinos salen a las calles a exigir puentes peatonales que probablemente nunca usarán, paraderos nuevos, señalización y cualquier otra respuesta contundente que atenúe su ira.

Pero detengámonos un momento. A diferencia de otros casos, lo que señala la evidencia reunida hasta el momento es que la responsabilidad de esta desgracia no parece estar en el alcalde que diera una ordenanza absurda o en la policía que evitó fiscalizar. Pareciera que estamos ante un accidente producto de un desperfecto mecánico,  probablemente por un descuido del chofer o del propietario del vehículo, que pudo haber tenido como escenario cualquier avenida del país.

El tamaño de la indignación exige culpables del mismo lote. Y entre las acusaciones y los agravios, perdemos el foco de lo que realmente sucedió. ¿Hace falta investigar qué sucedió en la Av. Gambetta? Por supuesto. ¿Es vergonzoso que las municipalidades y la región se laven las manos? Así es. ¿Hay desorden en las calles de Lima? ¡Claro! Pero, a pesar del dolor y el enfado, debemos actuar con tranquilidad. No podemos perder la perspectiva.