“Fue por un breve y feliz hechizo que volví a sonreír”. “Rosas y violetas me rodeaban y en el aire resonaba ‘el canto de las alondras’”. Esta tierna reflexión de Roger Casement escrita a su hermana Nina, da cuenta de su reencuentro con Irlanda. El hecho ocurrió un Viernes Santo de 1916 en la playa de Banna Strand. Antes de ser privado de su libertad, para morir ejecutado en Londres por traición a la corona, el héroe de la independencia irlandesa incidió en dos temas cercanos a su corazón. El primero: su amor por su patria, a la que regresó para restaurarle su libertad. El segundo: su fascinación por la naturaleza en todas sus manifestaciones. Las mariposas iridiscentes, que Casement colectó en la selva del Putumayo y cuyas alas continúan brillando en el Museo de Historia Natural de Dublín, muestran la fascinación por la belleza en medio del horror y la desolación. Porque junto con la defensa de los derechos humanos de poblaciones vulnerables –como las de la Amazonía sudamericana–, Casement desarrolló una estética y una mirada del otro, en la cual su identidad fue reimaginada no solo en el Congo sino en Brasil, Colombia y el Perú.
Roger Casement (1864-1916), quien discutió en sus cartas no solo la esencia de ser irlandés sino su asombro por el mundo exótico y a veces extraño del Congo y la Amazonía, tuvo una infancia carenciada. Huérfano de madre a los 9 años y de padre a los 13, una buena parte de su niñez transcurrió en Londres. Durante su adolescencia, en el condado irlandés de Antrim, fue introducido al mundo rural el cual inspiró tanto su temprano amor por la historia de Irlanda, como su admiración por los fallidos intentos por obtener su libertad. Casement, servidor público de la corona inglesa y defensor de los derechos humanos en África y Sudamérica, es, también, un escritor infatigable, cuya estrecha relación con la palabra lo incorpora a “la Irlanda de la controversia”. Un concepto que remite a los diferentes grupos y subculturas que pelearon por el control de los espacios donde el poder simbólico fue entendido intuitivamente. La pregunta fundamental que inspiraba a una intelectualidad sin agencia política era la siguiente: ¿Cuál versión de Irlanda prevalecería luego de obtenida la independencia? En ese contexto, Casement opinaba que para crecer como nación su patria de origen debía mantenerse alejada de un patrón político y económico que –como era el caso del imperialismo– resultaba nefasto para la humanidad. Es en el largo camino de observación y análisis detallado de las consecuencias de la expansión económica sin límites, que Casement desarrollaría un republicanismo defensor de la libertad y la justicia. Un camino que lo llevaría directamente a la ruptura con Gran Bretaña.
Autores, como Peter James Harris señalan que los viajes de Casement por el Putumayo reflejan, metafóricamente, la búsqueda de lo perdido pero también la duplicidad, además de las contradicciones del héroe itinerante. De este proceso dio ejemplo Ulises en un largo periplo que finalmente lo llevó a recobrar su casa y el reino de Itaca. La lealtad dividida de Casement, eficiente servidor de la corona inglesa y posteriormente republicano independentista, lo definen como un representante del complejo microcosmos irlandés. Una serie de notas, acompañadas de mapas e incluso una acumulación de entrevistas –en las que intenta entender la lógica de los mecanismos de la explotación cauchera– serán parte de la labor etnográfica que Casement desarrolle en la frontera entre el Perú y Colombia. Su tarea, bastante primitiva debido a las difíciles circunstancias y a las carencias, incorpora la geografía, la botánica y un especial acercamiento con la naturaleza. La observación detallada de los bosques y los ríos, hábitat natural de las poblaciones indígenas, lo ayudarán a dotar de contexto a ese “otro” al cual intentó proveer de una voz y de una humanidad.
“El caucho estaba aquí. ¿Cómo se produce a partir de un sacrificio humano tan infernal? Nadie sabe, nadie pregunta o sospecha. Será acaso que a nadie le importa?”. Fue de esta manera que Casement describió la relación entre un producto requerido por el capitalismo internacional–el caucho– y las nefastas consecuencias que ello significó sobre las vidas de miles de hombres y mujeres esclavizados. En breve, fue la ambición desenfrenada y la imposición del trabajo forzado sobre los pobladores del Putumayo lo que el diplomático irlandés se encargó de denunciar ante el mundo. Pero no lo hizo solo, es importante señalar que contó con el apoyo de periodistas, intelectuales y jueces peruanos.
De acuerdo con el estudio de Federica Barclay, intelectuales, como fue el caso de Francisco Mostajo, escribieron en diarios limeños denunciando las atrocidades de la industria del caucho. Sin embargo, la situación de frontera en disputa complicó este esfuerzo como el de las vanguardias estatales que temían ser atacadas por denigrar al Perú, ausente parcialmente de las zonas donde los actos de explotación contra la comunidad peruana ocurrían. Por otro lado, el juez peruano Carlos Valcárcel fue multado, denunciado y enjuiciado (por abandono de puesto) y suspendido del cargo. Todo ello por atreverse a llevar a cabo un megaproceso contra los explotadores que involucró 255 enjuiciados, 40.000 agraviados y la intervención de Gran Bretaña, el Perú, Colombia y el Vaticano. Lo anterior muestra cómo los fundamentos teóricos de los derechos humanos e incluso la manera de presentar la evidencia ante la justicia internacional ocurren en una frontera alejada del Perú. Ahí un irlandés en una suerte de viaje interior exploró su contradictoria identidad y en el camino se encontró con otros que, como él, intentaron dotar de humanidad a sus degradados conciudadanos. Bueno es recordarlo.