“Hoy, se dedican más tiempo y recursos a la creación y consumo de valores espirituales y emotivos. O sea, a vibrar”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“Hoy, se dedican más tiempo y recursos a la creación y consumo de valores espirituales y emotivos. O sea, a vibrar”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
Richard Webb

La política se descompone. La gobernanza se hunde. Se suponía que iba a ser al revés, que menos pobreza y más educación e información significarían una mejor ciudadanía. ¿Por qué el retroceso? Las explicaciones que se escuchan a diario se concentran en supuestas deficiencias peruanas –la cultura colonial, una sobredosis de corruptos o algún personaje o partido especialmente nefasto–, una especie de orgullo perverso. Pero las noticias diarias que llegan de los EE.UU., Europa y gran parte del mundo nos pintan la misma degradación política, con parálisis de decisiones, corrupción abierta y una degeneración de las formas del diálogo civilizado. Leyendo las explicaciones para el problema peruano, sin referencia a lo que sucede en otros países, pienso que es como si el director de una escuela mandara a casa a un niño con fiebre, pero sin explicarle a los padres que la clase entera tiene el mismo síntoma.

Sugiero que el deterioro de la política no se da a pesar del avance económico y tecnológico, sino, más bien, como resultado de esos avances. Regresemos a la enseñanza de la Biblia, “no solo de pan vive el hombre”, que alude a las necesidades del espíritu. Ciertamente la primera necesidad humana consiste en sobrevivir físicamente. Este imperativo es el más concreto, el más visible y el que ha predominado en la economía. Las necesidades del espíritu y de las emociones no están ausentes en el PBI –siempre se ha incluido el trabajo del sacerdote, del profesor de yoga y del músico–. Pero la tecnología nos ha liberado de milenios de esclavitud, dedicada a producir el necesario pan diario. Hoy, se dedican más tiempo y recursos a la creación y consumo de valores espirituales y emotivos. O sea, a vibrar.

Primero, casi todo lo físico adquiere un componente mayor de contenido emotivo y hasta espiritual, como en el caso de la certificación de un producto cuyos productores han pagado un salario justo y/o han protegido el medio ambiente. Mucha de la emotividad se encuentra relacionada a la exclusividad o a ofrecer una ‘última moda’ que cambia casi a diario, especialmente en el caso de la ropa femenina. En la producción de productos de consumo se ha generado un aumento enorme en pocos años, en la variedad de modelos o productos, desde los automóviles, el calzado, los cereales o las cervezas. El caso de la bebida Red Bull fue excepcional, basándose en una historia para crear valor. Para la comida, cada día se descubre una nueva hoja o tubérculo con propiedades especiales, generando un consumo que puede tener un contenido real de valor alimenticio, pero que, en todo caso, y aunque sea solo temporalmente, genera una satisfacción adicional para los creyentes. El valor adicional de un Alfa Romeo o de un Rolex puede responder a alguna mejora estrictamente mecánica, pero en su mayor parte es el costo –y el valor– de vibrar.

Y el gasto para vibrar no es exclusivo de gente adinerada. La pequeña comunidad de Carcas en Áncash, con poca tierra y una difícil ubicación serrana, era conocida como la más pobre de una región ya pobre. Pero, al mismo tiempo, Carcas tenía la fama de organizar las mejores fiestas de su región. Y, en general, la extrema pobreza de las comunidades de la sierra no ha sido obstáculo para sus frecuentes fiestas y dedicación a la música, la vestimenta y el alcohol.

La vibración invade incluso el mercado de trabajo con el concepto de un ‘great place to work’; es decir, ser una empresa donde la moral y la satisfacción de los trabajadores sea muy alta. Muchas empresas también van introduciendo las prácticas de yoga y del ‘mindfulness’, que alientan y ayudan a los trabajadores a volverse más conscientes de su vida interior. Y las empresas en general hoy corren para adecuarse a las exigencias de ser socialmente responsables.

El despertar de la satisfacción subjetiva –vibración– tiene mucho de positivo en el mundo de la producción, pero su efecto en la política, en la forma de un protagonismo irrestricto, tiene mucho de negativo. Tener un público siempre ha sido una fuente de satisfacción subjetiva, y de allí el gusto de las reuniones sociales donde todos hablan a la vez. Pero esa misma posibilidad ha sido multiplicada vastamente y repentinamente por las nuevas tecnologías de comunicación. Opinando y leyendo opiniones en esos medios vivimos una borrachera de autosatisfacción comunicativa. Lo que realmente se sabe, y lo que se dice, es lo de menos. Lo importante es ser escuchado, y para eso vale el grito, la acusación, el teatro y la pretensión de saber. Antes, se daban muy ocasionalmente reuniones de alta emotividad, pero breves y limitadas, que a veces producían un linchamiento. Hoy, y en todo el mundo, Internet y el celular nos permiten gozar de reuniones similares sin límite de tiempo o lugar, y no sorprende que el linchamiento se vuelva un resultado casi casual.

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