He insistido en que el único esquema ‘ideológico’ (disculpen la exageración) en la pareja presidencial es su antifujimorismo y antiaprismo. Es, quizás, el único factor valorativo que explica consistentemente las decisiones políticas de Palacio: desde la negación del indulto a Fujimori hasta la insistencia en la megacomisión contra García.
Como cualquier mandatario, el presidente Humala tiene la iniciativa política en el país y la ha utilizado para capitalizar los anticuerpos que despiertan las identidades políticas más arraigadas.
Efectivamente, los ‘antis’ han crecido en tres años de gobierno. La encuesta realizada por GfK hace dos meses incluye una medición para calcular las identidades políticas más relevantes en el país. Así, en comparación con la medición poselectoral del 2011, el antiaprismo ha crecido del 34,4% al 52,3%, y el antifujimorismo del 23,9% al 41,4%.
El embate del gobierno develando presumibles casos de corrupción en sus antecesores y la rivalidad política contra sus principales fuerzas opositoras han calado hondo en la opinión pública, incrementando la proporción de detractores al APRA y al fujimorismo.
El antifujimorismo y el antiaprismo se solapan y constituyen un 32% de la población, de inclinación izquierdista; precisamente el grupo más proclive a apoyar la gestión humalista.
Ser un ‘anti’ consistente incrementa de 18% a 27% la probabilidad de estar a favor del gobierno nacionalista. Con certeza estadística se puede sostener que el estilo de gobierno ‘antirrivales’ que desarrolla Humala permite entender su aprobación presidencial. Ante la ausencia de partido y bases sociales, él ha tenido éxito en inventarse de este modo un nicho de apoyo en la opinión pública.
Sin embargo, esta (otra) victoria fundada en la opinión pública también podría ser catalogada de pírrica. El estilo confrontacional descrito conduce, paulatinamente, a una polarización que beneficia tanto a las identidades a favor de su gestión como a las en contra.
Así, en tres años el aprista ‘duro’ ha crecido del 2% al 5,3% y el ‘apristón’ del 6,3% al 12,2%. Tendencia similar se observa en el fujimorismo duro, que asciende del 6,1% al 11,8% (casi el doble) y el ‘fujimoristón’ (fujimorista tibio), que crece del 10,4% al 14,2%. Más allá de las preferencias electorales –muy anticipadas por ahora–, existe un 17,5% de base aprista y un 26% de base fujimorista a explotar electoralmente. Estos porcentajes eran significativamente menores en julio del 2011.
Para completar el cuadro adverso, la política de los ‘antis’ no produce identificación ni militancia propia. Según GfK, el nacionalismo duro es apenas un 3,6% y el ‘tibio’, un 11,1%; en conjunto, un 14,7% que podría explicar cuál es el ‘piso’ de la aprobación presidencial.
Asimismo, el bloque de seguidores del nacionalismo, aunque inferior a sus rivales, se enfrenta a un ‘anti’ (55,9%) más contundente. (Quizás suficiente razón para inhibirse de competir en las elecciones subnacionales de octubre). La construcción de identidad política por ‘oposición a’ limita su durabilidad porque a la larga no es redituable electoralmente y solo afianza las mentes y los corazones de los rivales a quienes se quiere derrotar.