Cuando escucho la palabra meditaciones, lo que viene a mi memoria es el extraordinario texto de Marco Aurelio. Un emperador que gobernó Roma entre el 161 y el 180 y que, además, es considerado el más notable representante de la escuela estoica. Perteneciente a la dinastía Nerva-Antonina y autor de frases muy poderosas como “no malgastes más tiempo argumentando acerca de ser un hombre bueno. Trata de ser uno”, el último “César” de la Pax Romana nos dejó una gran lección. La de un gobernante que, elevándose sobre la vorágine de los acontecimientos, fue capaz de entender la fragilidad de la condición humana, así como el instrumental –constituido por el poder de la mente, de la imaginación y de las palabras– para remontarla. Escrita en griego, a finales de la década del 170, las “Meditaciones del discípulo de Junio Rústico” constituyen una reflexión personal sobre la vida, la muerte, la moral y los valores –entre ellos, el coraje y la serenidad– que se requieren en tiempos de crisis profundas. Es por ello que la obra de Marco Aurelio ha sido descrita como un “bálsamo para la sinrazón o la desesperación” y un “talismán para pasar de la mejor forma posible nuestros días en este mundo” volátil, absurdo y cruel.
No es posible entender los diferentes aportes en torno al poderoso concepto de las meditaciones, pienso en las de Víctor Andrés Belaunde (“Meditaciones peruanas”) o en las de Jorge Basadre (“Meditaciones sobre el destino histórico del Perú”), si no se toma en consideración el estoicismo que impregna la obra de Marco Aurelio. El estoicismo aparece en el mundo global y cosmopolita de un imperio –medianamente helenizado– al que posteriormente tomarán por asalto sujetos periféricos, colonizados y subyugados, entre ellos los cristianos. En ese contexto, la cuestión práctica a resolver es la idea del “vivir bien” que en la actualidad responde a la noción de “vida buena”. Definida por la sencillez, la frugalidad, la honestidad, pero, sobretodo, la solidaridad con el prójimo y con el medio ambiente, la “vida buena” de estirpe estoica propicia un comportamiento regido por la comprensión y la serenidad frente a lo que nos sucede. De esa manera se acepta lo que no se puede cambiar mientras se continúa trabajando en lo factible de ocurrir. La única certeza –al final del día– es que, si seguimos el camino del desarrollo personal, sin olvidar al otro que sufre, aprovecharemos mejor nuestro breve paso por la tierra.
“Cuando te levantes por la mañana, piensa en el privilegio de vivir, respirar, pensar, disfrutar y amar” es una gran recomendación de Marco Aurelio porque tiene que ver con el día a día que es –finalmente– donde se cultiva aquella noción de felicidad de los antiguos. Un concepto que –evidentemente– viajó a través del tiempo hasta encontrarse con los ilustrados, muchos de los cuales se encargaron de insertarlo en las constituciones republicanas de sus respectivos países.
Y de las luces y sombras de nuestra república, atrapada entre la violencia y la resiliencia que tanto conmueve, es que da cuenta la notable colección de artículos que presenté hace algunas noches en la Librería Sur. “Meditaciones sobre el Perú: textos de filosofía, política e identidad” (Lima, 2023), donde se sintetiza las reflexiones personales de su autor, el filósofo Jorge Secada Koechlin, respecto a una serie de temas fundamentales, entre ellos: la naturaleza de la política y la moral, el bien común frente a los intereses personales, la democracia, la libertad, la voluntad humana y ese azar que tantas veces, junto con la generosidad inesperada de un desconocido, se cruza en nuestro camino para darnos algunas lecciones de filosofía de lo cotidiano.
Eso fue lo que por suerte me ocurrió saliendo de la celebración del libro de Secada, un peruano que, como yo, piensa y sufre por la patria lejana. En medio de días intensos, con el apoyo del National Endowment for Democracy, inauguramos el primer taller de seguridad ciudadana de Diálogos por el Perú –una propuesta de Proética, el Instituto Prensa y Sociedad, el Consorcio de Investigación Económica y Social, la Asociación Civil Transparencia y Coalición Ciudadana– , perdí la concentración y el celular. Era la primera vez que esto último me ocurría y confieso que me paralizó el descubrir cuánto de nuestra vida, incluidos miles de momentos felices acumulados en fotografías, están expuestos a la contingencia. En este caso, el chofer del taxi reportó a su central que encontró el celular de una pasajera devolviéndome la fe en ese Perú honesto y hasta cierto punto estoico que siempre nos llena de energía y de felicidad, incluso en medio de sus múltiples desdichas.