Maite  Vizcarra

La que está en las calles ahora mismo en diversas ciudades del Perú se alimenta y reverbera en los espacios . Este teorema, que siempre tuvo sus bemoles para los escépticos, se está confirmando con claridad esta semana a través de la agresión callejera que se distribuye también en .

Y no es que una tenga que ser un ‘rockstar’ o una celebridad con millones de seguidores para sentir los embates de esa violencia. No. Basta con tener cierta opinión que roce la identidad tribal de los que hoy habitan en las redes sociales para que la violencia verbal se desate y empiecen los huaracazos digitales. Nadie se salva.

Y evitar pisar el palito para arremeter con igual violencia solo se consigue huyendo algunas horas o días de la plataforma, de modo que las pasiones se enfríen.

Sí, pues. Otra vez estamos polarizados en el país y tal vez de una forma casi irreconciliable al punto de que, como lo ha sugerido Mirko Lauer, incluso nuestro ‘inner circle’ –digital o no– nos está interpelando a diario a tomar un bando: conmigo o contra mí.

¿Por qué estamos tan polarizados de nuevo? Pareciera que aquella ciudadanía pasiva desde la llegada al poder de Pedro Castillo se desató y ahora no se tiene claridad sobre hacia dónde la lleva la pasión, salvo que sean arrastradas por las múltiples agendas oportunistas que compiten hoy en las calles. Pero también es cierto que la violencia en las carreteras e infraestructura pública crítica es vandalismo, cuando no actos de terrorismo en el sentido más estricto del término (sucesión de actos de violencia para infundir terror).

Polarizar no es difícil y es ya una estrategia de manipulación política que algunos saben activar de manera eficiente. Pero también es cierto que la polarización se desata cuando terminamos identificándonos con causas o emociones que hoy se afianzan rápidamente gracias a los ‘reels’ que consumimos en TikTok.

Detrás de esa polarización también existe una cierta superioridad moral que nos acerca a identidades que a veces terminan siendo nocivas. Lo que entendemos aquí por polarización no es el hecho de situarse en los extremos del espectro político, sino el hecho de que existen fuertes sentimientos negativos hacia otras ideas o realidades.

Hay, pues, una enorme intolerancia en el Perú que se expresa de gran forma en las redes sociales, en donde discrepar es un pecado que debe purgarse a punta de huaracazos digitales.

Hay muchas formas de explicar por qué estamos otra vez tan polarizados, pero la que resulta más subyugante es la que ofrece la ciencia y nuestro pasado evolutivo como especie. Por ejemplo, se sabe que nuestra adhesión moral a una u otra idea –o nuestras preferencias políticas– tiene en nuestras emociones una clave fundamental.

La polarización descansa en nuestra tendencia a identificarnos emocionalmente con nuestra ‘tribu’, tal y como sucede cuando lo hacemos con algún equipo de fútbol. Obviamente, no necesitamos que sean tribus en el sentido literal de la palabra, sino que podemos fabricar ‘tribus morales’ en función de la ideología, la religión, la etnicidad o, incluso, cuestiones triviales, como escuchar una determinada canción en Spotify como, por ejemplo, la última canción de Shakira.

La pregunta fundamental es: ¿por qué somos tan tribales? La ciencia nos seguirá diciendo que ser tribal calma nuestra necesidad de seguridad a través de algo concreto, como la filiación a algo o a alguien. Por eso, cuando en Twitter aparecen personajes de antaño prudentes, gritando y exigiendo que pienses como ellos, lo que está operando es la necesidad urgente de autoafirmarse a través de la filiación con una idea o moral.

Cuando la presidenta Dina Boluarte indicaba el otro día, infelizmente, que “Puno no es el Perú”, claramente hirió el sentimiento de una gran parte de los peruanos. Hirió una de las tantas identidades que respiran a lo largo de este país y que es urgente unificar en un solo cauce.

Tremendo reto el que nos toca enfrentar. Por lo pronto, mucho hacemos si nos damos unos minutos de serenidad antes de contestar al próximo huaracazo digital. Así, colaboraremos al dejar de pensar con las vísceras y más con la amígdala.

Maite Vizcarra es tecnóloga, @Techtulia

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