Visión de país, por Luis Carranza
Visión de país, por Luis Carranza
Luis Carranza

¿Qué haría usted, estimado lector, si le dicen que en diez años su sueldo se habrá duplicado? ¿Cuál sería su nivel de gasto? ¿Seguiría viviendo en el mismo barrio? ¿Qué hay de sus otras decisiones de consumo?

Al 2026, si el Perú crece a una tasa promedio de 7% anual, lograríamos duplicar nuestra producción de bienes y servicios, y si las relaciones se mantienen, también duplicaríamos nuestros niveles de ingresos personales. Es más, si mantenemos esa tasa de crecimiento por 15 años y suponemos que el valor real del dólar se mantiene constante, llegaríamos al nivel mínimo de producto por habitante que tiene un país de Primer Mundo. Por otro lado, para llegar al límite inferior del nivel del PBI per cápita de un país de Primer Mundo, necesitaríamos 23 años si la tasa de crecimiento promedio es 5%, y si la tasa es de solamente 4%, necesitaríamos 30 años.

Se puede argumentar que, a diferencia del caso personal, el mayor crecimiento en un país no implica mejorar la calidad de vida de la población. No hay nada más falso que eso. Si se toma el índice de desarrollo humano de Naciones Unidas (IDH), se encontrará una estrecha relación entre el bienestar social y el nivel de PBI per cápita. Tomando en cuenta esta relación, se puede prever que si logramos crecer al 7% nuestro IDH sería de 0,83, nivel cercano a lo que tiene Portugal hoy en día.

En un poco más de diez años hemos más que duplicado nuestro PBI por habitante, y la pobreza se ha reducido de niveles de 55% a cerca del 20%. Nuestra sociedad ha evolucionado muy favorablemente, aunque nos quejemos permanentemente y se critique el modelo económico.

Si bien es cierto que la alta correlación no implica causalidad, sí podemos hacer pruebas estadísticas y encontramos que el crecimiento económico precede a la mejora del bienestar. Pero también sabemos, por otros estudios, que procesos de crecimiento que no generan una mejora sustancial en bienestar social tienden a no ser sostenibles en el tiempo. Todo esto implica interrelaciones de causalidad que se retroalimentan y son complejas. Lo importante es analizar las políticas públicas que se implementan y cómo se pueden generar círculos virtuosos entre crecimiento y bienestar. 

En esa línea, el debate presidencial del domingo nos dejó luces y sombras. Por un lado se ve un fuerte compromiso de ambos candidatos con el impulso de la infraestructura, quizás la principal variable que, bien ejecutada, permite mejorar la calidad de vida de las personas, impacta en mejorar la capacidad de ingreso de los segmentos más bajos de la población y genera aumentos en la tasa de crecimiento potencial de largo de la economía. Asimismo, los compromisos con la mejora en la calidad de la educación y salud apuntan en la misma dirección.

Sin embargo, para poder entrar en el círculo virtuoso tenemos que crecer, generar recursos fiscales e invertirlos bien en infraestructura, salud y educación. Y aquí es donde aparecen las sombras del debate del domingo. ¿Por qué se criticó la ley de promoción del agro? ¿Acaso no es uno de los pilares del crecimiento económico del país? El empleo formal en este sector ha crecido más de 70% en los últimos seis años, la productividad laboral casi 80% en diez años. Adicionalmente, se ha observado un proceso de diversificación productiva y, más interesante aún, cada vez con productos de mayor valor agregado. 

¿Por qué ninguno de los candidatos habló de la minería formal? ¿Por qué no mencionaron los encadenamientos de la minería con los sectores de metalmecánica y cómo la matriz productiva se viene transformando? Gracias a estos desarrollos las exportaciones de metalmecánica se han multiplicado seis veces en poco más de diez años.

Por otro lado, el foco en políticas para las pequeñas empresas es correcto porque ayuda a formalizar al país y forma parte de las correas de transmisión entre crecimiento y bienestar social, pero olvidarnos de sectores claves para nuestro crecimiento es un error. 

No podemos plantear una visión de largo plazo sin tener en cuenta nuestras fortalezas, nuestras capacidades y las ventajas competitivas que tenemos y las que debemos desarrollar. Si hacemos bien las cosas en menos de una generación, podremos cambiar la cara del país.