"Según Martín Adán, el Perú es un país barroco, lo que puede verse con frecuencia en las frases que adornan los microbuses y ómnibus en cualquier ciudad y carretera de nuestro país". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Según Martín Adán, el Perú es un país barroco, lo que puede verse con frecuencia en las frases que adornan los microbuses y ómnibus en cualquier ciudad y carretera de nuestro país". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Alonso Cueto

Hay palabras que definen una época, a una persona o a una clase social. Se adecúan a una situación y buscan imponer a quien las dice. En estos días, me acerco a un banco con la intención de averiguar sobre las cuentas a plazo fijo. Me toca enfrentarme a una funcionaria. Le pregunto si es posible retirar algo de dinero en caso de una emergencia antes de que venza el plazo. La señorita, joven, de anteojos y atenta, me informa que no comprende lo que acabo de decir. Le informo que quisiera saber si puedo retirar el dinero antes de que venza el plazo fijo de la cuenta. Como sigue sin comprenderme, trato de decírselo de otro modo y por fin mueve con compasión los ojos para decirme: “Usted se refiere a la fecha de caducidad”. “Exacto. Eso mismo”, le contesto. Entonces me da las condiciones sobre la “fecha de caducidad” y me imprime una hoja con las condiciones de la cuenta. “Aquí usted puede visualizar las características de la cuenta”, me informa entregándome la hoja de papel.

En los últimos días, a través de una serie de gestiones en distintas oficinas, me he encontrado con esa palabra que no recuerdo haber oído antes con la misma frecuencia. ‘Visualizar’, por lo visto, viene a cubrir un vacío que las palabras ‘ver’ o ‘mirar’ no nos ofrecen. Para quienes la usan, seguramente agrega matices y significados distintos. Algunos piensan que si usan una palabra más larga, y nueva, están demostrando algo. Que son más cultos, o que son superiores, entrenados en un lenguaje técnico.

Hay un grupo de palabras cuyo uso parece dignificar de algún modo a quien las usa. Otra es ‘percatar’ en vez de ‘darse cuenta’. En la conversación diaria no se usa demasiado pero cuando hablamos con algún policía para quejarnos de algo nos dice que “no se había percatado” de lo que ocurrió. En estos casos, creo que para reforzar su autoridad, ‘percatarse’ es más eficaz que ‘darse cuenta’, que quizá consideran demasiado simple o plebeya. Otra palabra, que se puso de moda en los años ochenta, es ‘aperturar’. Se ‘aperturan’ cuentas en los bancos, se ‘aperturan’ carreteras. Por algún motivo, la inocente y precisa palabra ‘abrir’ es insuficiente para lo que quieren decir quienes usan ‘aperturar’. En muchos canales de televisión se usa con frecuencia “coberturar la noticia” en vez de ‘cubrirla’. Hace poco un taxista me dijo que en la avenida Javier Prado había mejorado la “transitabilidad”.

El lenguaje es también un instrumento de poder y de ostentación y revela las aspiraciones de quien lo usa. Decir “líquido elemento” por “agua”, “fluido eléctrico” por “electricidad” y “larga y penosa enfermedad” por “cáncer” son parte del mismo juego. Hace unos años, en una agencia de publicidad, un cliente en la sala preguntó cómo podían iniciar una campaña para subir las ventas de sus gaseosas. En respuesta, la publicista se refirió a su objetivo como una “optimización comercial del producto”. Otro funcionario la corrigió. Se trataba de un “aventajamiento posicional del producto”. Lo que querían decir era que podían vender más jabones.

Según Martín Adán, el Perú es un país barroco, lo que puede verse con frecuencia en las frases que adornan los microbuses y ómnibus en cualquier ciudad y carretera de nuestro país. No nos definimos por quienes somos sino por quienes queremos parecer que somos, y ese es un dato que puede explicar toda nuestra conducta social y política. El resultado es que el lenguaje no sirve para comunicarnos sino para aislarnos y separarnos. Uno puede “visualizar” muchas aspiraciones en estas palabras que nos definen.