Desde algún lugar desconocido escribe sobre todo lo que le da la gana. Tuitea con una indignación que aparenta ser genuina su rechazo al “neoliberalismo”. Opina sobre política internacional. Es un ácido crítico de la derecha, esa misma con la que su bancada suele coincidir en las votaciones. Cita frases de Lenin, Marx y Fidel Castro. Justifica voladuras de torres. Insulta a periodistas que lo critican. Y reparte generoso sus likes a todo aquel que lo sobonee. Lo único que ha dejado de hacer desde hace algún tiempo es burlarse de sus perseguidores. Porque al parecer ya nadie lo persigue.
Este sábado se cumplieron seis meses desde que Vladimir Cerrón, líder del partido gracias al que Pedro Castillo y Dina Boluarte se convirtieron en presidentes, pasara a la clandestinidad. El 6 de octubre del 2023, una sala anticorrupción de Junín lo sentenció a tres años y ocho meses de prisión efectiva tras hallarlo culpable de colusión en el caso del aeródromo Wanka. Se dictó una orden de captura en su contra, pero el antiguo aliado de la presidenta desapareció como por arte de magia. De magia roja.
Atrás quedaron los tiempos en que ministros del Interior y jefes policiales anunciaban con optimismo la “pronta” captura de Cerrón. “En cualquier momento se dará la sorpresa”, anunciaba el hoy defenestrado Víctor Torres. La sorpresa se la dieron a él cuando lo sacaron del ministerio. Hoy Torres ha perdido su puesto mientras que el líder de Perú Libre continúa no habido.
Sea desde un escondite playero o desde algún recondito lugar del país, el condenado por corrupción continúa moviendo los hilos de su bancada. En el Congreso, su incondicional María Agüero luce cada vez que puede un polo con la imagen de su líder, cual Che Guevara del valle del Mantaro. En las bancadas de derecha ya no levantan ni una ceja, en la policía ya nadie mueve un dedo y en el Gobierno silban y miran para un costado. El prófugo menos buscado del país puede respirar tranquilo. Quizás por otros seis meses. O más.