lee
Hace casi tres años, mucho antes del torpe intento de autogolpe dado por Pedro Castillo y en plena campaña por la segunda vuelta, se publicó un audio en el que el ahora congresista Guillermo Bermejo decía lo siguiente: “Si tomamos el poder, no lo vamos a dejar, con todo el respeto que se merecen ustedes... [son] pelotudeces democráticas... nuestra idea es quedarnos e instaurar un proceso revolucionario en el Perú”.
Utilizar las vías democráticas para capturar un país es la aspiración de caudillos, radicales y, ¿por qué no?, de mafias delincuenciales. Para ellos las reglas democráticas no solo son tonterías, sino un impedimento para lograr satisfacer sus angurrias, ya sea por pura megalomanía, ansias de poder o vil metal. A cambio, le “devuelven al pueblo la voz”, agudizan los clivajes que dividen a las sociedades y convierten al Estado en un aparato paternalista.
Esas normas democráticas también han sido nimiedades para Nayib Bukele, quien ganó el domingo las elecciones para un segundo período presidencial en El Salvador y, en sus palabras, “ha roto todos los récords, de todas las democracias en toda la historia del mundo”. Lo que en realidad rompió Bukele fueron las reglas de un sistema político imperfecto y cada vez menos confiable. El salvadoreño ha moldeado el marco legal y electoral a su antojo para convertir a su país en un “sistema democrático con un partido único”, como él mismo ha subrayado bajo tal polémica contradicción.
En el 2021, una Corte Suprema alineada a los intereses de Bukele interpretó la Constitución para darle la posibilidad de postular a una reelección, hasta entonces prohibida en El Salvador. Luego el presidente inició una reforma electoral de la mano de la mayoría oficialista en el Congreso: la reducción de municipios de 262 a 44, la reducción de parlamentarios de 84 a 60 y la implementación de la ley del voto exterior.
Con la disminución de municipios ha logrado manipular circunscripciones para diluir jurisdicciones opositoras al “fusionarlas” con otras mayoritariamente oficialistas. A través de la reducción de parlamentarios favoreció al partido más fuerte –el suyo, obviamente–, y con la ley del voto exterior logró que ciudadanos residentes en el extranjero accedan al voto y que estos se acumulen en la circunscripción capitalina, que concentra mayor cantidad de curules (20). Todas las medidas muy populares, a simple vista beneficiosas al ciudadano descreído de un aparato estatal hasta el momento indiferente, pero muy calculadas por el gobernante.
Las maniobras comunicacionales, en un país que se desangraba por el crimen organizado, han sido parte de una estrategia paralela con horizonte internacional y han logrado el posicionamiento de Bukele como un ‘soft-power’ en una región donde la inseguridad ha ‘bukelizado’ la agenda. Es por eso que los seducidos por el autoritarismo, quienes desprecian la institucionalidad, los pragmáticos de toda la región, lo abrazan y acogen sin importar ideología. Los populismos extremos están de fiesta porque ven en la victoria de Bukele el abono para cultivar su discurso antisistema a costa de la democracia y las libertades.