"No es este un optimismo antropocéntrico producto de la fe o la voluntad". (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
"No es este un optimismo antropocéntrico producto de la fe o la voluntad". (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
/ Víctor Aguilar Rúa
Gonzalo Zegarra

Conforme se acerca el 11 de abril, los escenarios se vuelven más sombríos y polarizados y la miseria político-mediática amenaza con desestabilizar aún más a nuestro quebrantado país. Con el actual Congreso, los candidatos en pugna y sus planes de gobierno, toda la ilusión que acaso despertó alguna vez nuestro inminente bicentenario republicano parece estarse reduciendo a una mera expecativa de supervivencia. Jamás fue tan claro –así se refleja en los bajos porcentajes de los favoritos– que nadie aspira a un bien mayor, sino únicamente al menor de los males. ¿Acaso alguien propone una ambiciosa pero creible narrativa de futuro, convivencia pacífica y grandeza? Todo es pequeñez y mezquindad.

Cualquier ambición de engrandecimiento colectivo está fuera de ecuación. Así, en economía el dilema es cómo “reactivar” –promesa autocumplida de rebote estadístico por la reanudación poscuerentenal–, pero nadie propone retomar un crecimiento  sostenido que nos lleve al siguiente estadio de desarrollo. No repetiré los mecanismos  de ese crecimiento, ya expuestos por competentes economistas. Me interesa, en cambio, su fundamento: la visión o mentalidad que lo haría posible.

La historiadora económica Deirdre McCloskey sostiene que el “gran enriquecimiento” de los países desarrollados se produjo a partir de 1800 no (solo) por la acumulación de capital, sino sobre todo por un cambio cultural que pasó a abrazar el éxito comercial y el “mejoramiento” derivado de él para articular de manera fecunda los adelantos científico-tecnológicos, derechos de propiedad, instituticiones representativas y valores democrático-liberales con los que solemos asociar la modernidad capitalista.

Adelantándome a la previsible objeción de quienes atribuyen la pandemia –de alguna esotérica manera– al capitalismo consumista, y anticipan así un voluntario decrecimiento económico global, me remito a la experiencia histórica: todos los grandes “reseteos” de la humanidad –incluidas guerras y pandemias– han precedido a prolongados periodos de auge y crecimiento. Ello no quiere decir que el crecimiento pospandémico tenga que ser a costa de un desastre ecológico. La teoría económica “cornucopiana”, cuyo exponente más conspicuo fue Julian Simon, refutó el dogma malthusiano de que los recursos (naturales) –o sea, la oferta– son finitos mientras que la población (demanda) es potencialmente ilimitada y que eso inevitablemente conduciría al fin de la humanidad o del planeta, o de ambos. Sostenía Simon, y así ha ocurrido, que la oferta es también potencialmente ilimitada, pues el ingenio de la intervención humana vuelve geométrico también el crecimiento de la productividad de todos o casi todos los factores. Ese mismo ingenio está introduciendo tecnologías cada vez más limpias y eficientes.

No es este un optimismo antropocéntrico producto de la fe o la voluntad. El sustento neuropsicológico reside en la mentalidad de suma positiva a la que me referí en mi anterior columna (27.02.21), citando a Adam Garfinkle. En ella, las dos partes de una ecuación pueden ganar a la vez porque la riqueza no es constante sino creciente; lo que gana uno no necesariamente se lo quita a otro (suma cero). A los políticos les cuesta entenderlo porque las elecciones son un juego gana-pierde; por eso usualmente crean leyes con reglas de suma cero (redistributivas).

En el mundo de las organizaciones y el management, se habla cada vez más de ‘growth mindset’ (mentalidad de crecimiento) en oposición a ‘fixed mindset’ (mentalidad fija, estática). Simon Sinek alude a “juegos infinitos”; es decir, abiertos, donde puede haber muchos ganadores, siempre parciales y temporales, y las reglas y los jugadores son siempre cambiantes.

¿Estamos psicológicamente preparados para aprovechar como organizaciones y como país el crecimiento pospandémico que –repito– previsiblemente experimentará el mundo en los próximos años? Llámense juegos infinitos, economía cornucopiana o gran enriquecimiento, la apertura mental –o mentalidad de suma positiva– es el mecanismo adaptativo para el éxito, pero también para la convivencia social, pues cuando todos ganan, es más fácil colaborar.