(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Andrés Oppenheimer

El presidente Mauricio Macri me dijo, en una entrevista, que está convencido de que los desastrosos gobiernos populistas que han arruinado a Argentina en el pasado no regresarán. Sin embargo, lo que vi en el camino a la entrevista en la Casa Rosada me dejó dudando de si su pronóstico se cumplirá.

Casi no pude llegar a la entrevista porque toda la zona céntrica de esta magnífica capital estaba paralizada por una concentración masiva de ‘piqueteros’, los grupos radicales que a menudo cortan las calles para dar a conocer sus demandas.

El tráfico era un caos total. La Plaza de Mayo, frente a la casa de gobierno, estaba ocupada por decenas de miles de personas que exigían “pan, paz, tierra, techo y trabajo”.

El populismo está tan arraigado en Argentina, que incluso la mayoría de argentinos que no está de acuerdo con los ‘piqueteros’ acepta con resignación su práctica de cerrar partes enteras del centro de la ciudad.

Hay unos 20 millones de argentinos, casi la mitad de la población, que reciben algún tipo de subsidio gubernamental, en muchos casos por no realizar ningún tipo de trabajo. Estas subvenciones se dispararon durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, quien desperdició la mayor bonanza de la historia reciente de este país –por el alza internacional de los precios de las materias primas– en una fiesta populista que dejó al país en bancarrota.

Ahora, Fernández de Kirchner está tratando de resurgir políticamente como candidata a senadora en las cruciales elecciones legislativas de octubre. Aunque la ex presidenta probablemente gane una banca en el Senado a pesar de decenas de acusaciones de corrupción, el margen de su victoria podría determinar si Macri entrará en la segunda mitad de su mandato como un presidente políticamente fuerte que será capaz de aprobar reformas claves en el Congreso o si veremos un renacer del populismo kirchnerista. Los inversionistas están muy pendientes de las elecciones de octubre.

Cuando le pregunté a Macri si el populismo puede resucitar en Argentina, me dijo: “Yo estoy convencido de que esa es una etapa superada”. Dijo que incluso si Fernández de Kirchner ganara un escaño en el Senado en octubre por un margen cómodo, tal victoria no significaría “nada, porque esto sucede en un distrito particular”. Agregó: “Si uno mira a nivel nacional, va a ser muy difícil que ella llegue al 15% de los votos totales”.

Macri está instando a los argentinos a ser pacientes y a recordar que Fernández de Kirchner estaba llevando a Argentina “en el camino a Venezuela”. Su gobierno, a pesar de un crecimiento negativo el año pasado, ha recortado la inflación a la mitad y espera que la economía crezca un 3% este año.

“Hay más de un 50% de argentinos que siguen apoyando este camino que tomamos”, me dijo Macri. “El país que soñamos no se arma en 19 meses, lleva años”.

Mi opinión: Macri tiene razón. A pesar de una reactivación económica mucho más lenta de lo esperado, es la mejor apuesta de Argentina para dejar atrás su tradición de gobiernos irresponsables y sentar las bases para una prosperidad a largo plazo.

Pero, por otro lado, este es un país rico cuya población está acostumbrada a la gratificación instantánea y donde las etiquetas políticas del siglo XIX están profundamente arraigadas.

Macri le haría un gran favor a Argentina si le dijera más a menudo a la gente que ya no hay tal cosa como países de “derecha” y de “izquierda”: hay países que atraen capitales y prosperan –desde Estados Unidos hasta China– y países que ahuyentan capitales y viven en la pobreza, como Venezuela y Cuba.

Es algo obvio, pero que, a juzgar por lo que vi y por mis conversaciones con mucha gente, todavía no está claro para muchos argentinos.