La Inglaterra del siglo XVI, bajo el reinado de Enrique VIII, no se parecía ni en sombras al Perú de este siglo XXI. Sin embargo, los anhelos de algunos sí.
Tomás Moro era el canciller del lascivo rey que cada vez que quería cambiar de mujer la repudiaba o mandaba cortarle la cabeza para enviudar y poder casarse otra vez.
Aun en medio de ese ambiente convulso y abusivo, Moro soñó con una sociedad perfecta, donde cada persona pudiera desplegarse según sus talentos particulares y donde prevaleciera el bien común. A esa sociedad la llamó Utopía, la sociedad “sin lugar” que es lo que significa en griego, tal vez pensando que aunque fuera imposible, ese sueño era uno que valía la pena perseguir.
Su vida fue un ensayo constante, sin pausa, para alcanzar su propia Utopía, a tal punto que para mantenerse coherente murió a manos de su amado rey, acusado de alta traición. Lo cierto es que lo que Moro precisamente no fue es un traidor. Aun a costa de su vida fue fiel a la verdad, a su conciencia y a sus principios, por encima de la tentación de los encantos del poder.
Moro proclamaba que es mediante el uso de la razón que el hombre es capaz de conducir adecuadamente sus pasiones, ser feliz y contribuir así al fortalecimiento del Estado. Para ello entendía la política como una misión de primera importancia, pues su objetivo es el servicio y el logro del bien común.
Ahora que hemos entrado a una nueva etapa electoral, convendría a los aspirantes a ocupar cargos públicos mirarse en el espejo de Tomás Moro y definir cuál es su Utopía, si al menos tienen una. Entre los miles de candidatos que postulan a distintos cargos, es probable que sean demasiados los que ni siquiera han pensado que deben tenerla. Sin embargo, entre ellos debe haber algunos, seguramente los menos, que la tienen, que sí son capaces de ser fieles a la verdad, a su conciencia y a sus principios para hacer uso de la política y actuar en función del bien común.
Hallarlos en el bosque tupido que es la oferta electoral es responsabilidad de cada uno de nosotros, electores, que somos quienes finalmente decidimos quiénes gobiernan nuestros distritos, nuestras ciudades, nuestras regiones y nuestro país.
Más tarde, los lamentos ya no nos servirán de nada.
Los perfiles de los candidatos no solo quedan escritos en las hojas de vida que han enviado a los organismos electorales (asumiendo que lo que dicen allí sea verdad). Donde se ven mejor es en su manera de hacer las cosas.
En el caso de las autoridades que postulan a la reelección será más fácil medir cómo hacen las cosas, tomando nota de sus gestiones. En el de los nuevos aspirantes, observando la manera en que desarrollan sus campañas. Ya hay, por ejemplo, algunas campañas sucias que empezaron destruyendo la propaganda rival.
Entre unos y otros habrá distintas actitudes: los que se victimizan, los que atacan y los que proponen. Es altamente probable que en el tercer grupo estén los más interesantes. El país ya está cansado de los que lloran apuntando con el índice a otros a quienes responsabilizan de sus miserias; ya está cansado también de escuchar que el otro es corrupto, es inepto, no hizo esto o aquello.
Esta campaña debe servir para que los candidatos expongan sus propuestas de gobierno distrital, provincial o regional, para que las expliquen y las sustenten, para que nos hagan conocer cuáles son las utopías con las que pretenden servir al bien común.