Hace muy bien la primera ministra Ana Jara en conversar con la oposición. También es positivo que Nadine Heredia confirme que no postulará a la presidencia en el 2016. Pero los gestos no bastan: si el nuevo Gabinete quiere el voto de confianza del Congreso, debe haber garantías de un auténtico cambio en el Gobierno.
Hasta ahora el acercamiento trata de simples cortesías, de actitudes elementales de buena conducta que este régimen había olvidado en aras de la confrontación agresiva y poses de soberbia acompañadas por una intolerancia absurda no solo con otras fuerzas políticas, sino inclusive con los gremios laborales y hasta con la prensa.
Además, con una simple conversación aislada no se gana algo. Durante la gestión de Juan Jiménez Mayor el Gobierno convocó a un “diálogo” interpartidario que resultó ser una tomadura de pelo generalizada: no hubo objetivos claros y ni siquiera asistió Ollanta Humala. Al final fue evidente que el Gobierno buscaba hacer corresponsable de sus errores a la oposición.
Entre tanto, el desistimiento –habrá que creerle– de la señora Heredia a candidatear a la presidencia en el 2016 no es algo que debamos agradecer. Únicamente se trataba de reconocer que está impedida de hacerlo porque, aun siendo una política hábil, se lo prohíbe la ley, la Constitución y la decencia política. El ruido que sus ambigüedades generaron durante los tres primeros años de gobierno ya le costó al país demasiado por el apresuramiento de la contienda electoral, el enrarecimiento del clima político y, sobre todo, la desconfianza en el manejo de la economía. Además, es vox pópuli que Nadine Heredia, desde su jefatura de Gana Perú, mantiene no solo enorme influencia sobre el equipo ministerial, sino que ejerce un poder paralelo en el Gobierno.
Buenas son, entonces, la cortesías. Pero Ana Jara es la sexta cabeza de un equipo ministerial que debe ofrecerle al país cuatro cosas. Primera, programas sectoriales precisos, viables y debidamente costeados, a diferencia de lo que ha hecho Humala el 28 de julio, cuando solo prometió populismo sin financiamiento y una vaga propuesta de diversificación productiva. Segunda, un plan político muy preciso para el período 2014-2016 porque, más allá de las frases bonitas y hasta de las buenas intenciones, sin liderazgo y sin hoja de ruta conocida, llevamos demasiado tiempo de improvisación y estamos pagando, entre otras cosas graves, haber mantenido la economía nacional en un piloto automático cómodo pero irresponsable. Tercera, total transparencia y compromiso para esclarecer tres casos de corrupción gravísimos: la gestión del hermano de Ollanta en Rusia desde antes de asumir la presidencia, el Caso López Meneses y el caso del ahora prófugo amigo del presidente. Cuarta, solución al drama de las pensiones de médicos, enfermeras, maestros, policías y militares retirados.
La oposición, bien entendida no solo como conjunto de bancadas congresales sino también de prensa y líderes de opinión, debe ser respetada y no debe ser obstruccionista. Pero tampoco es aceptable que sea complaciente y mucho menos que pacte bajo la mesa. Además, después de tantos ataques, debemos recordar el dicho ancestral: lo que se hace con la mano no se puede fácilmente borrar con el codo.