Al Perú le ha costado la vida recuperar el voto ciudadano como parte fundamental de la delegación de poder político: desde el presidencial hasta el municipal, pasando, en los últimos años, por el regional.
Le ha costado atravesar y superar no pocas dictaduras y autocracias.
Sin contenido orgánico ni representativo ni decente, el voto ciudadano sigue siendo un cascarón expuesto a los peores usos y manoseos de la política clientelista.
La sucesión de tres gobiernos continuos, (los de Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala) no expresa todavía el estándar promedio básico capaz de insertarse en los ideales mapas democráticos del mundo.
Como causa o consecuencia de las improvisaciones constitucionales y legales, del deterioro de las instituciones democráticas, y de la incapacidad de la sociedad civil para movilizar reformas firmes y duraderas en el sistema político, el voto ciudadano, como potencial factor de poder, ¡está en ruinas!
Y lo peor de todo es que, estando en ruinas, nos negamos a reconocerlo y por lo tanto a reconstruirlo, como si arrastráramos la maldición de conservarlo así, bajo la estoica indiferencia de la ONPE, el JNE y por supuesto de los partidos y movimientos políticos.
La crisis política y de corrupción que vive el país tiene precisamente entre sus raíces el desprestigio y la deslegitimación del voto ciudadano, hoy parcelado y secuestrado por quienes lo han convertido en instrumento de “derecho privado” para perseguir ventajas públicas. También en capital neto para cobrarle al poder de turno el costo de campañas electorales no pagadas en su momento (¿el caso Belaunde Lossio pertenecería a este rubro?) y en arma vil para la extorsión y la transacción criminal en la misma cara del JNE, que debe lidiar muchas veces con los reclamos turbios de cualquier hampón de la política.
Los viajeros que recorren la costa peruana pueden comprobar cómo las maravillosas dunas se cubren cada vez más de invasiones anónimas. Mojones de estera, carrizo y cartón, se alzan, desafiantes, contra la propiedad privada y estatal. Los autores de este panorama de mugre y basura en los arenales peruanos, más que personas o comunidades, representan ¡votos!, así es, ¡votos malditos!, al mejor postor político, tan transgresor de la ley como ellos.
Parcelado y secuestrado, el voto ciudadano tiene una pertenencia cada vez más tenebrosa.
Buscando el mismo fin (la conquista del poder a cualquier precio) se entrelaza e interpenetra el voto cocalero con el voto de la minería ilegal; el voto de las mafias de la deforestación con el voto de las invasiones de tierras; el voto que perpetraba ‘La Centralita’ en Áncash con el voto que Waldo Ríos carga en su mochila para llevárselo a donde quiera, mientras se lo permitan las autoridades; y el voto de quienes quisieran debilitar el modelo de crecimiento económico para quebrarlo, con el pretendido voto del Movadef, que quisiera repetir la desestabilización sanguinaria del país.
En poco tiempo más (menos de un año) se convocará a elecciones generales. ¿Podremos, para entonces, revertir siquiera la mitad del desastre?