“A medida que la civilización y la técnica progresan y el crecimiento urbano absorbe el campo, el hombre se aleja más y más de la naturaleza sustrayéndose al impacto confortante de sus manifestaciones”. Esta frase pertenece al “padre” de nuestro primer parque nacional, el entrañable maestro, músico, biólogo y político cutervino, Salomón Vílchez Murga (1907-1993).
Sus palabras son un campanazo ahora que se acercan nuevas elecciones municipales. Y sirven para recordarnos que debemos exigirles a los candidatos propuestas viables de “verdor”.
Lima y la mayoría de sus distritos requieren de grandes áreas verdes para el disfrute de actividades al aire libre, el sano esparcimiento, el encuentro de los vecinos y albergue de especies de la flora y avifauna representativa de Lima, así como de especies ornamentales y frutícolas introducidas por los españoles y que son parte ya de nuestro paisaje: los jazmines, los geranios, las rosas, los naranjos y limoneros, entre tantas otras.
Vílchez Murga fue autor del libro “Parques nacionales del Perú”, entre otros. Un soñador que llegó a alcalde y luego a diputado con el solo deseo de crear conciencia sobre la necesidad de que el Perú contara con una red de áreas protegidas. Para eso se requería una nueva ley y así se metió de cabeza hasta lograr la creación del Parque Nacional de Cutervo, en Cajamarca.
Concretado su proyecto se alejó de la política y se dedicó a promover la conciencia conservacionista en nuestro país. Ese es el espíritu de desprendimiento que pocos candidatos exhiben hoy.
Esta carrera electoral que observamos es, en su mayoría, más de egos que de propuestas, más de trampolines para futuros puestos que de vocación de servicio, más de afán de enriquecerse que de dar a la ciudad lo que necesita y a los vecinos lo que esperamos.
Tuve el honor de conocer a don Salomón cuando él estaba ya bastante entrado en años. Mantenía, sin embargo, una extraordinaria lucidez, un gran sentido del humor y un incansable afán de compartir sus experiencias sobre los inicios de la lucha “verde”.
Cuando lo visitaba en su casa, salíamos a caminar. Al frente había una canchita de fútbol y el resto de una huaca.
“Encima de gris, esta ciudad es una polvareda. La falta de verde deprime a cualquiera”. Cierto, pero no perdía el optimismo. “Ya llegará –decía– un alcalde o alcaldesa que entienda la importancia de crear nuevos y grandes parques. Sabes, hijita (así me decía), a mí me gusta votar, porque cada voto es un sueño. Ahora la cosa es que todos soñemos más o menos con lo mismo para que Lima no sea cada vez peor”.
Y así, caminando con uno de los grandes peruanos que las nuevas generaciones probablemente ni siquiera han oído nombrar, entendí que el derecho a ejercer el voto es algo más que elegir, es imaginar y apostar que las cosas pueden ser mucho mejores.
No nos decepcionen, candidatos. No otra vez porque esta ciudad nuestra ya no está para más desilusiones, fracturas ni polarizaciones.